Crónicas de la ignominia. XXXIX.

 

 RODRIGO DE BASTIDAS. I.


 Pronto se cumplirán los quinientos años de la llegada a la bahía de Santa Marta, del marinero convertido en escribano; por la gracia del gazapo de don Martín Fernández de Navarrete al transcribir por error el termino en un documento; el adelantado Rodrigo de Bastidas, considerado el fundador de la ciudad que surgió en su interior, hoy en día venerado por sus élites. Estos lapsus, muy comunes, han contribuido a través del tiempo, a consolidar los mitos en torno a innumerables pelafustanes transformados en notables, por sus "hazañas" en la conquista y colonización americanas. Empezando por el yerro, lo único que podemos afirmar con certeza es que, una vez más estamos frente a un profuso galimatías; en el que, ni siquiera el supuesto notario pudo aportar claridad; pletórico de imprecisiones, colmado de contradicciones. Nadie puede asegurar la fecha de su nacimiento, ni siquiera se conocen los nombres de sus progenitores; datos que debería tener registrados con absoluta claridad un funcionario de estos, de haberlo sido. Y  eso no es todo, ya lo veremos. 

 En su pagina virtual dice, literal, la Real Academia de Historia: "Debió de nacer en el arrabal sevillano de Triana hacia 1473." Pues, parece ser que él mismo, al ser llamado en mil quinientos doce como testigo en dos ocasiones; por ambas partes, en el juicio de residencia de Diego Colón; en la primera afirmaría "ser de treinta y cinco años arriba" pero en la otra dirá que "de cuarenta años, poco más o menos". Así las cosas, nada se puede aseverar al respecto. Tampoco nada de sus primeros años, de la adolescencia o su juventud. Tal vez buscando un poco de precisión, la academia agrega que al vecino del arrabal, le cuadra el oficio de marino y, estaba en medio del maremágnum de aventureros que bullía en Sevilla, aquel último año del siglo XV, ilusionados con hacerse a la mar rumbo al nuevo mundo y, algunos quizás, con capitular para armar su propia expedición, tras la caída del monopolio de los Colón. 

 Así lo haría el sujeto de marras, el cinco del mes de junio y, habiendo logrado la merced, que le permitiría armar dos naves para navegar a ultramar y descubrir "con tal de que no sea de las islas y tierra firme que fasta aquí son descubiertas por el Almirante..., ni por Cristóbal Guerra, ni pertenecientes al rey de Portugal...", unos meses después, con el apoyo de una veintena de inversores, que aportarían poco menos de cuatrocientos mil maravedíes, logra con la mitad fletar y avituallar la nao Santa María de La Gracia, la carabela San Antón y agregando un "bergantín y un chinchorro", consigue, con la promesa de un tercio de las ganancias, reclutar la tripulación, incluyendo al ya reconocido piloto Juan de La Cosa y entre otros, al vasco Núñez de Balboa. 

 Desde el muelle de las Mulas zarpó bajando por el Guadalquivir hasta Sanlúcar de Barrameda, para finalmente, tras recalar en Cádiz unos días, emprender la travesía del Atlántico, según algunos relatos, en septiembre del año del señor de mil quinientos uno pero, dicen otros que fue en enero del siguiente. Tras aguar en La Gomera;  como ya se acostumbraba; con base en la ruta del tercer viaje colombino- en el que pudo estar- y la guía del maestre Juan, llegan a la que llamaron Isla Verde, en el caribe sur, al frente de tierra firme. Se afirma igualmente que entraron al golfo de Venezuela, hasta Coquivacoa, buscando aguada y ejerciendo la pérfida práctica, ya naturalizada, de cobrar rescate por indígenas hechos prisioneros. Abastecidos y con un escaso botín, enrutan hacia el Cabo de La vela, comienzo de la jurisdicción.

 Es así entonces cómo comienza una era de prosperidad y celebridad, que incluso llega hasta nuestros días, para este señor y muchos más semejantes, que se dedican durante dos décadas a enriquecerse a costa de la la desgracia de los pueblos aborígenes del caribe y la llamada tierra firme. Entrando a saco, según la vieja costumbre guerrera europea, arrasan cuanto poblado encuentran, inicialmente en las costas y con el paso del tiempo en todo el territorio continental, alzándose con el botín y de paso con unos cuantos prisioneros para esclavizarlos o, canjearlos por las riquezas que pudieran tener sus deudos. Dirán algunos que exagero; pues para su tranquilidad y la mía, ilustraremos el punto con el caso bien particular de don Rodrigo Galván de Bastidas o de la Bastida, en una próxima cuartilla.

 

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