A la izquierda.

 A la izquierda.

 Ahí me pueden poner si me quieren ubicar en el espectro político actual. No me ofende si me llaman mamerto, por el contrario me siento muy cómodo con el mote, por que en cierta medida me define, frente a mis dudas e inquietudes permanentes al respecto. Dicho esto, aquí va lo pertinente; no creo en definitiva en el liberalismo económico, la humanidad sumida en la codicia, en el deplorable consumismo que apaga su espíritu, no está lista para ese estadio político. Mucho menos para el socialismo o su estadio superior el comunismo, porque, se los digo de una vez, aun no entiende de qué se trata el bien común, abrumada por el individualismo promovido y a la vez sustento del capitalismo salvaje que nos devora, que sin reato nos puede llevar a la extinción. Bueno no se preocupen, regreso a lo mío, la literatura, con una última salvedad necesaria para fijar mi posición. Soy un convencido de que la creación artística, necesita estar comprometida con la realidad del entorno del creador para ser verosímil, para adquirir sentido, para trascender.

 Desde aquí paso a expresar mi humilde opinión acerca de la posición poco o nada comprometida de algunos patriarcas de la literatura, bien definidos por un paisano escritor muy consciente, como machos blancos latinoamericanos que dominaban con su vozarrón, escribían textos misóginos o se enfrascaban en riñas de gallos de pelea. Contestatarios en sus inicios, apoyaron revoluciones y movimientos reformistas radicales, promocionaron a voz en cuello el compromiso ético del artista con su entorno social y enfrentaron en las calles regímenes totalitarios o falaces democracias, montadas por la oligarquías regionales para camuflar sus dictaduras. No obstante, por alguna extraña razón que no comprendo, al alcanzar el éxito y la fama consecuente terminaron cooptados por el establecimiento, en muchos casos, guardando silencio frente a sus tropelías y desafueros y, en algunos aberrantes, apoyando vetustas estructuras de poder tan obsoletas como las monarquías. Parafraseando una vez más a mi paisano, se integraron a los clubes masculinos dominantes de la literatura continental, en círculos cerrados que dominaban las academias, las editoriales, las universidades y los ministerios, desde donde apoyaron la censura y la discriminación, la marginalización de las mujeres y las minorías étnicas, en una clara traición a los principios y los valores humanos.   

Esta no es más que mi opinión y el sustento de mi posición, sobretodo frente a los escritores y periodistas que sucumben a la codicia, abandonando su compromiso tácito con la verdad, para venderse al mejor postor y prestarse a sustentar un establecimiento corrupto. En este oficio de la brega de la palabra, estoy convencido debemos tener como obligación moral, la defensa de los desposeídos, de los pueblos estrujados por élites ancladas en privilegios espurios, fruto del despojo colonial y la codicia que los empuja hasta la criminalidad para mantenerse. No hay manera alguna de justificar la defensa de estructuras sociales y políticas que perpetúan el desequilibrio de una sociedad excluyente que, prefiere un bárbaro conflicto a la posibilidad de la integración de las diversidades en aras del desarrollo sostenible, porque no le conviene a sus intereses económicos. Una posición ruin y mezquina frente a la urgencia de los cambios y las reformas inaplazables por más tiempo nos condena a otros cien años de barbarie. Pensé en mencionar algunos nombres, pero viéndolo bien, no me parece necesario, son muy fáciles de identificar.

Así que aquí me quedo, a la izquierda por que por la derecha nos desbarrancamos por un precipicio.  

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