Lecturas primordiales.

LECTURAS PRIMORDIALES.


 Hace unos días, respondiendo un trino; respondo aquellos que me sacuden; les decía que a mis lecturas me han llevado, mis lecturas. Empecé a leer antes que a escribir, por que la lectura me atrapó antes de adquirir, lo que en aquel entonces se llamaba el uso de razón. Tengo incluso una anécdota al respecto, que ilustra la cuestión. Por circunstancias económicas, nuestros avatares familiares nos llevaron a trasladarnos a la alegre y tropical ciudad de Barranquilla, en el cálido caribe, durante el segundo semestre del año del señor, de mil novecientos sesentaicinco. Cursaba entonces el segundo año de mi instrucción primaria y llegue a terminar el curso, en un pequeño colegio algo sui generis, en el barrió Boston, que se llamaba, más o menos, Instituto psicopedagógico, fulano de tal. De esto hace ya casi sesenta años, además aquel sitio ya no existe, así que no puedo darles mas señas aunque quisiera. Para el caso ni falta que hace, lo importante es, que de acuerdo a la filosofía del plantel, la misma semana de mi llegada, estaba nivelado, en comprensión de lectura en tercer grado y degradado al primero para enmendar mi lamentable manera de escribir. La caligrafía, ya en franca decadencia, seguía siendo en aquel pequeño claustro progresista, muy importante. Pero lo que interesa hoy a mis elucubraciones, son mis lecturas. Un par de años antes, de la mano de las beneméritas monjitas de la Presentación, en el kínder que regentaban; en la fría, nublosa y confesional Manizales, que ya no es tan fría, ni permanece nublada, pero si sigue tan parroquial como entonces; me inicié en estos menesteres, que ocuparían buena parte de mi existencia en adelante. Había llegado allí adelantado al respecto, pues ya había ocupado media vida, primero ojeando y pronto leyendo de la mano de mi madre, libros infantiles en primera instancia y, no estoy exagerando, buena parte de la nunca bien ponderada enciclopedia juvenil de la época, conocida como El Tesoro de la Juventud. Mi abuelo materno, José María; vástago de una gran prosapia paisa, fueron diez hermanos; hoy puedo decir, un hombre progresista, adquirió con el paso del tiempo una respetable biblioteca y en aquellos días, la abuela Mercedes conservaba todavía una buena parte. A mi me subyugó desde un principio la enciclopedia, editada para la juventud, profusamente ilustrada, colmada de historias, cuentos, mitos y leyendas, biografías de reconocidos personajes del mundo y temas científicos, académicos y culturales que podían proporcionar, una visión general y universal de la realidad más allá de los limites estrechos de nuestra villa anclada en el pasado colonial. La pasión por los libros se constituyó en un aspecto fundamental de mi personalidad, deviniendo con el paso de los años en un aislamiento paulatino de mi entorno social, al punto de llevar a decir a una de mis tías, que me había convertido en un cusumbo solo. Me llevó


también a tomar la primera decisión autónoma, cuando resolví, iniciar mi educación secundaria en los claustros del Seminario Menor de Nuestra Señora del Rosario, a la sazón transformado en colegio de bachillerato, ante la escases de vocaciones sacerdotales. Y es que, en una primera visita de inducción, los  taimados curas, incluyeron una tarde en una esplendida biblioteca de la institución. Allí llevado por la avidez de mi pasión, recorrí en un par de años, buena parte de la literatura clásica, española, nacional y universal. Desde Juan Ramon Jiménez y su entrañable Platero y yo, pasando por Tomas Carrasquilla, Eduardo caballero Calderón y muchos otros, hasta las enigmáticas y misteriosas aventuras del ingenioso detective ingles, Sherlock Holmes de Conan Doyle, las peripecias de Sandokan, el pirata de los siete mares de Salgari y algunos más, que no alcanzaría a mencionar, recorrí los ingentes vericuetos de una buena porción de la producción literaria universal. Muchas lecturas que apenas son la punta del iceberg,  me llevaron a adquirir un gusto por la buena literatura, después de haber leído hasta a Marcial Lafuente Estefanía, el toledano de la capital de la provincia, en Castilla-La mancha, que elevo el genero del viejo oeste estadounidense, hasta hacerlo digerible. Leí unas cuantas de sus más de dos mil quinientas novelitas de bolsillo, y no puedo negar que me impresionaron algunas. Pero me marcaron más y profundamente las obras de algunos autores, clásicos al día de hoy, de los que mencionaré los más significativos en mi formación literaria. Siddhartha de Herman Hesse, fue un punto de inflexión en mi afición y en mi vida y, en menor medida, pero no menos trascendentes, todo lo que pude leer de él. De nuestros lares seguí fielmente a Cortázar, Borges y Vargas Llosa en sus buenos momentos al sur, y al norte a Carlos Fuentes y Octavio Paz, a quienes respeto en gran medida. Lecturas inolvidables e incluso entrañables fueron, en su momento, El llano en llamas y Pedro Paramo de don Juan Rulfo. Y he leído a muchas y muchos colombianos, cuya enumeración sería dispendiosa, pero puedo decir que comparto la admiración por nuestro inefable nobel y por mi parte, valoro una pléyade que me comprometo a mencionar más adelante.  

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