Rincón del Mar.

 Rincón del mar.


 Hoy no voy a comentar el oficio literario de nadie. Voy a tratar de transcribir, si es posible, mis emociones, en esa mañana que apenas comienza, entre el rumor cadencioso de las olas del mar caribe y una vislumbre de luz en lontananza. Es la última, la del viernes, de una inefable estadía en una sucursal del paraíso. Un corregimiento en la esquina noreste del golfo de Morrosquillo denominado con este nombre poético. Por invitación de unos sobrinos, mi compañera y yo hemos disfrutado de cuatro inefables días de descanso y la cálida hospitalidad espontánea de sus gentes. 

 Pienso entre grajeos y trinos que no logro aún ubicar, disfrutando una taza de café mientras busco su origen, en la causa de aquella calidez humana tan particular. San Onofre de Torobé se llamó en sus comienzos al asentamiento inicial que, después dió origen a la población a la orilla del Caribe; uno de los más antiguos municipios del departamento de Sucre; en referencia al arroyo cercano al lugar donde se levantaron los primeros ranchos, en inmediaciones de la hacienda Quitilen, uno de cuarenta y tres que alcanzó a consolidar a finales de la época colonial, Don Antonio de La torre y Miranda "El refundador de pueblos", designado teniente veterano para conformar las milicias de la Provincia de Cartagena de Indias, y por comisión de Don Juan de Torrezar Diaz Pimiento, dos veces su gobernador, "reducir en poblaciones formales las infinitas almas que vivían dispersas..."

 Hacía referencia aquel caballero a incontables negros cimarrones, viejos esclavizados y jóvenes nacidos libres, por la decisión de sus padres de recuperar su libertad y la dignidad perdida a manos de los pérfidos mercaderes de comienzos de aquella aciaga época, de ingrata recordación para toda la humanidad. Me atrevo a reconocer la valía de este administrador real que, dice la leyenda, pagó con su vida la osadía de considerar dignos de la condición humana, aquella ordalía de salvajes que se negaban a someterse a la ley y abrazar la fe cristiana.

 Había reconocido la corona sus méritos y le nombró Virrey, lo que al parecer contrarió la aspiración del llamado "arzobispo ilustrado" Don Antonio Caballero y Góngora. Dice la leyenda que se trasladó este, a la población ribereña de Honda a esperar al elegido y agasajarle con una cena. Continuaron el viaje hacia la capital del virreinato a la mañana siguiente por disposición del recién llegado, aun en medio de unas molestias estomacales que le aquejan, ansioso de terminar el arduo periplo. Empiezan entonces entre los cortesanos que les acompañan las consejas. Los más suspicaces aseguran que el prelado se negó a comer durante el agasajo, limitándose a beber un poco de vino, aduciendo unas inesperadas recomendaciones de su médico de cabecera, de las que no había referencia alguna. Aunque la cosa quedó así por el momento, el caso es que, el recién llegado murió un par de meses después en medio de una indigna agonía, entre incesantes desvaríos, a causa, diría el galeno susodicho, de una infección tropical desconocida. Aquel prelado ilustrado asumió el cargo un tiempo después, tras las intrigas pertinentes en la corte real. 

 Volvamos a la historia real, que menciona la fundación de aquel último asentamiento cerca de las hermosas playas de este rincón marino, en marzo de mil setecientos setenta y ocho. Don Antonio entrega títulos de aquellas tierras feraces que no habían sido aún desbrozadas, a los residentes del novel poblado y se aplican ellos en adelante a la labranza, convirtiéndolas con el tiempo en la despensa agrícola de la región. Impulsados por la abundancia de la pesca y los cocoteros consolidan el comercio con la capital a través del puerto de Berrugas, llegando a ser famosos por su producción de arroz. 

 A finales de Julio de mil ochocientos treinta y nueve San Onofre es erigido municipio, adscrito al departamento de Bolívar, hasta la división del de Sucre en la segunda mitad del siglo XX. Desde sus comienzos ha sido un bastión de la lucha por las reivindicaciones de las negritudes de la región y del país en virtud a la dignidad de sus ciudadanos que, nunca se consideraron descendientes de esclavos sino, de seres humanos libres esclavizados por la codicia del hombre blanco. Gracias a esta dignidad conservada con celo, no albergan resentimientos inútiles, por el contrario prodigan como ya dije una proverbial y cálida hospitalidad con quien se acerque a sus lares y ostentan con orgullo sus orígenes aún en medio de la anacrónica discriminación que reciben en algunas ocasiones. Lo cantó así Leopoldo, un negro grande y bonachón, cantante y compositor quien, al lado de su grupo, nos deleitó con su voz potente y melodiosa y sus composiciones originales, la última noche en aquel paradisiaco lugar. 

 Grata impresión nos dejó a todos los involucrados, aquel inefable lugar y sus residentes que nos hicieron sentir su calidez, y nos devolvieron la fe en esta desbocada humanidad. Aquella calma y la permanente alegría que disfrutan cada día, deberían ser la constante para todos y cada uno de mis congéneres. Hay que aplicarnos en la lucha por la igualdad, la justicia y la paz consecuente, que nos permita al fin, consolidar la nación incluyente y sostenible que podemos y debemos ser.

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