Crónicas de la ignominia. XL.

 

 RODRIGO DE BASTIDAS. II.


 La esclavitud en términos generales, fue una consecuencia pragmática de las guerras en la antigüedad; en los albores de las civilizaciones, la barbarie no culminaba con la derrota de los vencidos, sino que, los pocos o muchos sobrevivientes eran condenados a servir a los vencedores. Con los hombres dedicados a las actividades militares, los imperios nacientes, necesitaban mano de obra para el desarrollo de la infraestructura civil y militar requerida para su consolidación. Los esclavos fueron la solución, en la primeras comunidades de la edad antigua. En las ciudades-estado en Grecia y durante la monarquía romana, fueron el soporte de su desarrollo. Con el paso del tiempo la práctica se naturalizó y fue una de las bases económicas de las sociedades, dando paso a "una situación jurídica en la que un individuo es considerado propiedad de otro y carece de libertad y de derechos." Tratados como objetos, los seres humanos se transformaron en mercancía, dando lugar al surgimiento del pérfido negocio de la trata de esclavos.

 Superado el oscuro medioevo sería este tráfico lucrativo, el impulso de las talasocracias que dieron comienzo a la edad moderna, propiciando incluso el llamado renacimiento europeo. Génova, después de Venecia, a la par con el Imperio Portugués, contarían con este factor para consolidarse. Y los genoveses establecidos en Sevilla propiciarían, asociados a los lugareños, unas alianzas siniestras con los reyes portugueses que asumieron el dominio de las costas africanas, del océano Atlántico hasta el Indicó y, establecieron legalmente la trata de sus naturales a través de La Casa de Los Esclavos. La misma corona española, consolidada tras la reconquista, implementaría mecanismos jurídicos para aprovecharlo.

 Para cuando los adelantados españoles realizaron los llamados Viajes menores o andaluces, quienes los habían precedido, lo tenían establecido con los aborígenes del caribe y, aunque fuera prohibido por la corona,  lo mantenían y les proporcionó recursos para estructurar la economía en las islas, en especial en La Española. Nuestro protagonista que realizó uno de estos, con tan mala suerte que volvió de el encadenado a enfrentar un juicio; después de naufragar y regresar a Santo Domingo caminando; saldría del entuerto reivindicado e incluso indemnizado, pues sin saberse de donde, "dio cuenta puntual del quinto del oro y perlas y se defendió de las acusaciones", en Alcalá de Henares frente a los reyes mismos, en abril de mil quinientos tres. Como decimos coloquialmente al sujeto se le apareció la virgen y, antes de un año estaba armando una segunda expedición, pensando en recuperar lo que el mar le quitó en la primera y, conociendo de primera mano la situación en ultramar, enriquecerse a la usanza de la ínsula.

 Y vaya que lo consiguió. Con una capitulación que le permitía "...ir al Golfo de Urabá o a cualquier isla o tierra firme, fuese ya descubierta o por descubrir...", con carta blanca para "rescatar con  los indios", zarpo en la Cansina, cargado de mercancías y una sociedad con un tal Alonso Rodriguez, a establecerse en Santo Domingo. Pronto, convertido en uno de los principales de la pujante villa; con una gran casa y muchos criados; armó frecuentes expediciones para capturar "indios caribes" para vender como esclavos. El éxito de sus negocios fue tal que, tres lustros después sería el mejor postor, para la concesión de la renta del almojarifazgo de la isla. Para entonces poseía algunas haciendas con varios miles de cabezas de ganados, y plantaciones bajo el cuidado de numerosos esclavos negros e indígenas. Encargó entonces solicitar para él la Gobernación de la isla Trinidad y la consiguió pero, la férrea oposición de Diego Colón quien la consideraba su legado, le impidió ejercerla. No se dio por vencido y "puso entonces sus ojos en Santa Marta, cuya bahía había descubierto y cuya gobernación pretendía Gonzalo Fernández de Oviedo."

 Diremos ahora para terminar, con la sabiduría popular que, la ambición rompe el saco, pues hasta aquí llegaría la buena fortuna de don Rodrigo. Le concedieron la merced pero, antes de un año tuvo que salir huyendo y herido, a buscar refugio en Santo Domingo; tras una conjura en su contra, urdida por su lugarteniente, al negarse a repartir el grueso botín obtenido en una rápida campaña de rescate, entre los indígenas de  Bonda y Bondigua, en las estribaciones de la Sierra Nevada. No pudo llegar a su destino, acabaría llevado por los vientos, en Santiago de Cuba, donde moriría el veintiocho de Julio de mil quinientos veintisiete, en casa de una portuguesa, sin ver establecida la ciudad cuyas élites hoy lo veneran como su fundador. Una vez más pienso que, para mi propósito lo dicho ha sido suficiente, a pesar de que mucho más se podría agregar.

 

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