Crónicas de la ignominia. XXXIV.
JORGE ROBLEDO. EL MARISCAL. II.
A pesar de que suplicó morir decapitado, acorde con su rango y posición social, el Mariscal fue ajusticiado mediante el garrote vil, por decisión expresa del de Belalcázar, para castigarlo por la osadía de disputar su preeminencia en los nuevos territorios conquistados y sentar un precedente frente a futuras rebeliones. De antigua usanza, aquella maquina siniestra, que él mismo había visto utilizar contra el Inca Atahualpa, en una cruel ironía le cobraría sus desmanes y atrocidades. Porque a pesar de ser considerado por sus pares "una persona noble, de valor y juicio" según la misma Real Academia de Historia, cuando el gobernador de Popayán; región donde residía y usufructuaba una encomienda; le puso al frente del ejercito conformado para la pacificación y colonización de la provincia de Anserma en mil quinientos treinta y nueve, con facultad para fundar en nombre de la Corona; se desataron sus más bajas pasiones, sus ansias de poder y sus ambiciones escondidas por años.
En aquellos vastos territorios en medio de las descomunales cordilleras andinas, arrasados en primera instancia por el ya célebre "Atila del Cauca", Juan de Ampudia, estaban asentados numerosos pueblos organizados y belicosos de la deslumbrante nación Quimbaya, recién descubierta por Pedro Cieza de León, que mantenían fluidas relaciones comerciales con las demás en los cuatro puntos cardinales. Como era de esperarse enterados del talante cruel de aquellos invasores, que avanzaban precedidos de fieras implacables, los enfrentaron en las vegas de los estrechos valles con trampas enterradas para los centauros y lluvias de flechas sobre los infantes, llevándolos hacia las sendas de las montañas, donde los emboscaban y empujaban a profundos despeñaderos, mientras ostentaban sus armas y ornamentos de oro. Antes de perder la mitad de sus tropas el veterano capitán se replegó y decidió replantear sus tácticas.
Desde el segundo viaje del almirante, por disposición del poderoso deán de la catedral de Madrid y capellán real don Juan Rodriguez de Fonseca; por entonces a cargo de los asuntos de las Indias; entre las tropas irían incluidos los mastines ibéricos, utilizados con gran éxito en las guerras de Italia, que terminarían de consolidar su fama funesta en las campañas de la conquista.
El mariscal tenia los suyos y dejando de lado sus reservas, determinó volver a utilizarlos sin reato como hicieran en Mesoamérica, desatando otra campaña de terror y muerte hasta vencer al último guerrero dorado. Apenas sostenidos por los soldados más fuertes desfilaban los alanos, acorazados y hambrientos frente a las huestes indígenas, antes de las descargas cerradas de los arcabuces y la acometida de la caballería lanza en ristre, espantando aun a los más valientes entre sus adalides. Rindió sus frutos la estrategia y antes de un año estaba pacificada y sometida aquella prospera comarca y estribadas entre otras, las villas de Santa Ana de Los Caballeros que se llamaría luego Anserma y, Cartago.
Les contaron los vencidos, de tierras donde el oro y la plata refulgían en los ríos cristalinos, exacerbando todavía más la pérfida codicia. Pensaría el mariscal que aquellas riquezas le permitirían realizar su sueño de una gobernación para si mismo, como anheló tanto tiempo y ni corto ni perezoso enfilo hacia allí, donde tras una ardua travesía por tortuosos vericuetos, buscando donde esguazar el caudaloso cañón del Cauca, llega hasta el valle de Aburra, donde con una campaña semejante, consolidara finalmente la conquista que le dará renombre pero, le conducirá a la muerte.
Convencido de haber logrado los méritos suficientes para alcanzar las mercedes reales decide, tras establecer el asentamiento que daría lugar a la célebre Santa Fe de Antioquia, dirigir sus pasos a Urabá para continuar a reclamar lo suyo en la corte. Ya vimos como llega en cadenas a la madre patria y como regresa reivindicado, convertido en Mariscal pero sin la anhelada jurisdicción.
Aun no puedo dilucidar los tejemanejes cortesanos que, llevaron al nombramiento de Miguel Díez de Armendáriz como Visitador y Juez de Residencia de los gobernadores establecidos en el que seria el Nuevo Reino de Granada y, tampoco sus razones para nombrar a Robledo en esa nueva gobernación que, comprendía los territorios alrededor de la Villas cuya fundación se atribuía. El asunto es que así lo hizo, provocando la ira del de Belalcázar, quien ya tenia entre ojos al Mariscal. Terminaron en guerra como ya dijimos y por la superioridad numérica de sus tropas y sus adeptos, en inmediaciones del actual municipio de Pácora, resultó este, vencido y condenado a su muerte vil que, establecería de manera definitiva, la preponderancia de la barbarie sobre la razón y un legado de violencia perpetua, en el continente americano.
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