Crónicas de la ignominia. XXXVI.

 

 PEDRO DE HEREDIA. II.


 Al parecer "...nació en Madrid a finales del siglo XV o a principios del XVI en el seno de una familia medianamente acomodada y de cierta hidalguía y nobleza..." dice del sujeto la Real Academia de Historia. En muy pocos casos se pueden determinar con exactitud los datos iniciales, de estos oscuros personajes de la conquista americana. En este no será la excepción y como en todos, las referencias precisas están en los registros oficiales de su trasegar por el Nuevo mundo. Con base en estos, podemos decir que ya se encontraba en La Española en la primera década de aquel siglo aciago para los nativos de los nuevos territorios, descubiertos en todas la latitudes por los imperios emergentes del Viejo mundo. 

 Además con gran parte de la familia, incluida su esposa, doña Constanza Franca, con quien casó en el año dieciséis de la centuria, como hace constar la dama en la demanda que le interpone, treinta y dos años después por su abandono, debiéndole parte de los recursos que los llevaron a su aventura. En el ínterin todos los miembros de la prosapia participaron activamente en las actividades sociales y económicas en la isla, donde él, la cabeza principal se asocia con don Damián de Peralta para la explotación de un trapiche de caña, en el que son financiados regularmente por un destacado oidor de la Real Audiencia. Aparecía ya como armador y "señor de la nao Santa María de la luz" que, mantenía un trafico constante entre Sevilla y las islas, incluida la trata de esclavos. Se dice que fueron pioneros del prospero negocio desde las costas africanas.

 Sería el ilustre prestamista, don Juan de Vadillo o Badillo- también así se le conoce- quien decidirá  finalmente su destino, al enviarlo como el teniente de su hermano Pedro, nombrado interino en el cargo de la gobernación de Santa Marta. Superado un primer escollo con la trágica muerte de Rodrigo Álvarez de Palomino, queda a cargo el Pedro de marras que, durante un año se dedica a entrar a saco en cuanto asentamiento de los aborígenes encuentran, para proveer la empresa familiar. Mucho oro, perlas y esclavos indígenas traficaron hasta que un lustro después, firmemente asentados en Santo Domingo, decide el muy afamado conquistador, exponer sus méritos ante la corona y solicitar para si, la rica provincia Calamarí.

 No supera ninguno el escrutinio, cuando de desafueros y atrocidades con sus pares o con los nativos de los territorios se trata pero, con creces nuestro protagonista, valga la redundancia, supera a la mayoría de los conquistadores ibéricos y al final a sí mismo. Posesionado de su cargo, se dedica en cuerpo y alma a sus asuntos comerciales, mientras envía constantes expediciones de rescate al  recién descubierto territorio Zenú, pletórico de tumbas repletas de joyas y ornamentos, que le enriquecen en grado sumo, exacerbando su avaricia y su codicia. Dice el historiador Francisco Muñoz, quien creciera en la Ciudad que le rinde pleitesía, textualmente "Pedro de Heredia tiene un sitio de honor en Cartagena y eso es engañarnos." Y es que a pesar de ser exonerado por el Consejo de Indias en las tres ocasiones que fuera remitido, tras sendos juicios de residencia; la última de manera póstuma, la realidad acerca de su persona es repudiable.

 En el último de los procesos el pesquisidor lo acusa de doscientos ochenta y nueve cargos, muchos de ellos recurrentes. Graves contravenciones a las leyes todos ellos, iban desde malversación y apropiación del "tesoro real"- producto del saqueo-, nepotismo rampante y consuetudinario maltrato de indígenas; aperreados y quemados en la hoguera; así como abuso de su autoridad con sus paisanos y usurpación de las jurisdicciones vecinas.  No obstante siempre salió bien librado, por alguna misteriosa razón que aun no encuentro pero, diría hoy que, hombre muy rico y poderoso, como todos sus pares compraba la justicia, sentando un precedente que naturalizó esta manera de actuar, hasta el presente. Suficiente por hoy.

 

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