Crónicas de la ignominia. XXXI.
SEBASTIAN DE BELALCÁZAR. I.
Don Sebastián Moyano y Cabrera, designado también, por sus secretarios como de Benalcázar, pudo haber nacido en el año ochenta del siglo quince; según algunos cronistas, en la localidad de Castilla así nombrada, o en una gran población andaluza de nombre Belalcázar, de la que tuvo que salir en la infancia, tras haber matado un borrico con un tanganazo en la cabeza, azuzándolo a salir del lodazal en que se había hundido bajo una carga de leña; o, según él en el noventa, pues afirmó estar en sus cuarenta, una vez en Nicaragua, en mil quinientos treinta. Puros galimatías las semblanzas de estos conquistadores.
Se dice que de niño deambuló entre las dos provincias, deslomándose para sobrevivir en quien sabe que ocupaciones, hasta embarcarse en mil quinientos siete en una expedición a La Española. Allí se encontraría con La Ira de Dios, el celebre y nefasto Pedrarias del que se haría incondicional. Se hizo entonces uno de sus preferidos entre sus huestes, participando de sus entuertos y tropelías con Francisco Pizarro y Diego de Almagro, el prófugo- entre ellas la prisión y ejecución de Vasco Núñez-, para consolidar la Gobernación de Castilla del oro. También lo hizo en la fundación de Panamá y bajo el mando de Gaspar de Espinoza, en la campaña en la península de Azuero, donde se gana su amistad y, al terminar, una encomienda de indígenas en Natá.
Amancebado con mujeres de la zona, tuvo dos hijos y apadrinó a Diego el Mozo, hijo de aquel, nacido en Santa María la Antigua del Darién antes de que comenzara su ocaso. Dejaré a peruanos y chilenos los asuntos de Pizarro y de los de Almagro pues a ellos les competen. Aquí continuaré desentrañando las andanzas del segundo Sebastián; quien al parecer nació después de su hermano gemelo, llamado con el mismo nombre por sus padres, de los no se guarda recuerdo más allá de los apellidos; en tierras americanas.
Bajo las ordenes de Dávila había sido nombrado capitán y le acompaña hasta derrotar y eliminar a Balboa en Acla y tras los descubrimientos de Gil Gonzales Dávila es enviado al norte, a explorar y pacificar los nuevos territorios. Mientras tanto estaba el lugarteniente, don Gaspar, en el centro del istmo adelantando la exploración de la comarca del cacique Natá que encontró fértil y densamente poblada. Lo deslumbró de tal modo la abundancia y la hospitalidad de los nativos que, decidió asentarse y demarcar una nueva población que sería el epicentro para las futuras conquistas en el continente. Ya dijimos que el de Belalcázar lo secunda en la conquista de la región y consigue establecerse como encomendero. Una vez estribada oficialmente la nueva villa por el gobernador en el año veintidós del nuevo siglo, envía a su leal servidor en el siguiente, para que acompañe a Francisco Hernández de Córdoba, en la conquista de la recién descubierta Nicaragua. Participa con este en la fundación de León y Granada y en importantes descubrimientos hasta que es enviado con las buenas nuevas a la sede del gobierno.
Regresa a radicarse en la primera ciudad, pienso yo que con la misión específica de controlar a Don Francisco, a quien se le suben los humos de tal manera que termina envalentonado y levantado contra el tirano que le tenia entre ojos, sin contar con la cercanía del espía que, finalmente termina llevándolo a perder la cabeza. Secunda por un lustro más la nefasta gobernación y sus despliegues militares en toda centro américa, y fungiendo como regidor de León en un ultimo encargo del ya tristemente celebre Pedrarias hasta la muerte de este. Huérfano del apoyo del déspota, no puede acceder a la gobernación como pretende y decide atender el llamado de su antiguo secuaz desde el Perú y, con sesenta hombres, pertrechos y caballos, en un par de bergantines se dirige a su próximo destino. Allí lo seguiremos en al próxima cuartilla.
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