Crónicas de la ignominia. XXX.

 

 BARTOLOMÉ DE LAS CASAS. 


 Personaje singular este, del que hoy nos vamos a ocupar. Paradójico quizás, su comportamiento durante las primeras etapas del descubrimiento, aun desconcierta. Sevillano orgulloso de su origen, así como de la buena sangre de sus antepasados, según decía cristianos viejos; a la postre humildes judeoconversos que, contaron con la suerte de haberse arrimado al buen árbol de la corona de castilla; y habiendo sido uno de los primeros lugareños en poseer un esclavo aborigen americano- regalo traído por su padre en el segundo viaje colombino- terminaría considerado como el pionero en la defensa de los "indios". 

 Apenas adolescente tendrá que renunciar al privilegio, ante la prohibición real de esclavizar a los nuevos súbditos de ultramar pero, no a la ambición que la condición de amo despertara en su espíritu. Dicen sus biógrafos que viajó con su progenitor en la armada de Nicolas de Ovando- que él mismo describe como imponente-, en el rol de doctrinero, aunque también confesará en sus escritos futuros que, "a desechar de sí la pobreza". Habiendo su progenitor recibido como recompensa unos terrenos en La Española, después de un corto regreso a Castilla y un viaje a roma, preparándose para el sacerdocio, vuelve a la isla en mil quinientos seis, para dedicarse como colono a la agricultura. Al parecer participa activamente en la primera gran guerra contra los indígenas, consiguiendo con su desempeño su propia encomienda y, más adelante en la campaña de conquista en Cuba, donde logra una segunda.

 Estaba muy posesionado en su papel de encomendero cuando llegan los dominicos a Santo Domingo, comisionados para poner orden. Venia entre ellos Fray Antón de Montesinos quien, un tiempo después, empapado de la situación, pronunciaría un famoso sermón cuestionando, entre otras atrocidades las ya naturalizadas encomiendas. Veamos un aparte: "Todos estáis en pecado mortal y en el vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid. ¿Con que derecho y con que justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?" Fue entonces el pandemonio. Aquella incipiente sociedad, la primera en ultramar, se había estructurado con base en la pérfida institución, ahora condenada frente a sus ojos atónitos por la autoridad eclesiástica. El mismo Bartolomé era entonces uno de sus más connotados miembros, poseedor, socio y administrador de un par de ellas. Se dice que aquel día se le negó la absolución.

 Por algún motivo que desconocemos se acercó a los recién llegados, portadores de la autoridad del Santo Oficio de la Inquisición pero, sin tomar partido, a pesar de que el llamado de atención también le sacudió, continuará gozando de sus privilegios. Ordenado sacerdote, celebra su primera homilía en la encomienda de la Villa de la Concepción de la Vega. Dos años después, como capellán de la expedición de conquista, consigue la de Cuba. Aprovechando su cercanía con algunos indígenas bautizados de La Española, los enviaba como embajada ante las tribus hostiles para ganar su confianza. Durante un tiempo la estrategia funcionó, hasta que el lugarteniente del gobernador, Pánfilo de Narváez, comete una masacre en un arrebato incomprensible, pues fue bien recibido. Según palabras de Las Casas, "...se les revistió el diablo a los cristianos y meten a cuchillo en mi presencia (sin motivo ni causa que tuviesen) más de tres mil ánimas que estaban sentados delante de nosotros, hombres y mujeres y niños." 

 Podríamos decir con alguna certeza, aunque en estos casos nunca hay mucha, que esta debió ser la gota que reboza la copa de nuestro inefable protagonista, que a pesar de que tarda un par de años para renunciar a sus prebendas, una vez lo hace se dedica en cuerpo y alma a la defensa de los derechos de los aborígenes, supongo yo, tras haber vendido a su socio los esclavos negros. Treinta años después, tras muchos ires y venires abogando por su causa, la Corona promulga las Leyes Nuevas, que de nada sirvieron pues serian derogadas unos meses después, para calmar los ánimos de los encomenderos, alzados en rebelión. Para contrarrestarlos le nombran Obispo de Chiapas, sin ningún efecto, pues al tratar de implementarlas, solo logra exacerbar el conflicto. Con escasas excepciones, aquellos no deseaban renunciar a las mercedes adquiridas en el fragor de la conquista.

 Renunció él a la brega y se entrega desde entonces al servicio de las Cortes, eso sí en los asuntos de la Indias. Las crónicas oficiales hablan de innumerables logros en su empeño y escribió también bastante de estos temas. Lo que pretendía yo al esbozar su semblanza era determinar hasta que punto su injerencia fue un punto de inflexión en el devenir del aciago destino de las colonias. Para mi hay suficiente ilustración. Mucho trató, muy poco logró. Después de quinientos años, apenas si hemos tenido cambios, incluso tras las guerras de Independencia, en nuestras republicas parroquiales.

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