Crónicas de la ignominia. XXV.
ALEJANDRO VI. II.
El papa Borgia.
Llegamos a Roma, a Santa María en Vía Lata, una de las cuatro diaconías sede del protodiaconado, en el año del señor de mil cuatrocientos cincuentaiocho. Para entonces, Rodrigo doctor en derecho canónico, su cardenal diácono y vicecanciller de la Iglesia Romana, ayudaba en la liturgia con otros tres colegas, a su tío el papa Calixto III. Si hacemos cuentas no llegaba todavía a los treinta pero, ya ocupaba un poderoso cargo al lado de este sucesor de San Pedro. Nepotismo puro y duro había sido la estrategia, tanto del mentor como del aprendiz aventajado que, había sabido aprovechar las lecciones, las relaciones y las influencias adquiridas hasta entonces, en su meteórica carrera.
Tres papas reconocidos por el Vaticano ha tenido la España confesional. Aparte de un par de antipapas; el aragonés Pedro Martínez de Luna y su sucesor en la sede de Peñíscola, el baluarte valentino; desde Damaso I, allá en los albores de la Iglesia católica, solo han llegado al anhelado trono, los dos prelados de la familia Borja. En este caso, ambas partes se beneficiaron del "apoyo mutuo"; fortaleciendo sus reinos los monarcas católicos, consagrados en mil cuatrocientos noventa y seis como los adalides de la cristiandad y, su creciente poderío en la Santa Sede, el jerarca valenciano. No sobra anotar que, se cerraba un ciclo de deterioro del poder pontificio, propiciado por el Gran Cisma de Occidente.
Implacable y sin escrúpulos, experto en conjuras, el muy poderoso papa Borgia, como se hizo llamar entre los italianos; con la ayuda incondicional de sus cuatro hijos reconocidos, en especial de Lucrecia y su adorado hermano Cesar, quienes participaron activamente en sus confabulaciones, desafueros y atrocidades; en apenas un lustro, se adueñó de los Estados Pontificios. Gracias a los buenos oficios de su mecenas eclesiástico; cardenal desde mil cuatrocientos cuarenta y cuatro; aun adolescente, empezó a cosechar los beneficios: canonjías en el cabildo valentino y en la catedral de Lérida, para empezar y, dos años después la "dignidad de sacristán" en la primera catedral. Acto seguido fue nombrado "canónigo y chantre de la Colegiata de Játiva" además de otras prebendas, que incluían algunas parroquias.
Con el impulso inicial, al momento de sentarse Calixto III en el codiciado solio, el sobrino, aventajado aprendiz que ya superaba al maestro, está doctorado y listo para seguir su camino por la ruta trazada en su mente, pensando sucederle en un futuro cercano. Tenía a la sazón a su disposición, el conocimiento indispensable de los intríngulis y los tejemanejes, al interior de aquel cubil en el que debería consolidar su influencia. No obstante, haría falta mucho más que el poder de su tío para sobrevivir en aquel entorno feroz, y lo sabia pero también sabia cual era la manera. No desperdicio su tiempo, aplicándose con reconocida habilidad al cumplimiento de muy diversas misiones, al interior de la curia y en el campo de las relaciones diplomáticas, se empapó pensando en su futuro, de la política exterior en la península y en el continente, mientras en su palacio romano y los alrededores, construía una influyente maquinaria clientelista, con base en dos centenares de parientes.
En el interín, fogoso y joven, aprovechando que podía según las costumbres de la época, engendró una decena de hijos, con varias mujeres. En Roma fueron cuatro, con la dama Vannozza Cattanei; entre ellos los célebres susodichos, sus peones a la hora de concretar su anhelo de arraigar entre la nobleza italiana. Mucho se ha dicho en el transcurrir del tiempo de la peculiar personalidad del papa Borgia; demasiado, sumido en las sombras de la leyenda, solo se puede encontrar consenso en la dificultad insalvable de concretar un perfil definitivo. Vamos a culminar este intento con unos cuantos hechos representativos.
Roderic Lanzol y de Borja, vástago de una antigua y orgullosa familia de Játiva en la Corona de Aragón, italianizó su nombre al ingresar a la Universidad de Bolonia, para evadir la reticencia con sus súbditos, ante las pretensiones expansionistas en los Estados pontificios. Una vez adentro de la curia romana, de la mano de su tío apoltronado en el solio papal, escaló con rapidez inusitada, hasta sentarse él mismo, en aquel trono codiciado. El recurrente nepotismo que lo elevó hasta allí, habiendo hecho y deshecho a su antojo, en medio de aquella época turbulenta del viejo mundo y de la Iglesia, sería su perdición. Moriría en Roma once años después, dicen algunos, envenenado por error en una cena en la que enfermaron todos los comensales.
Pendiente de encumbrar a su familia mientras consolidaba su poder, fue ciego ante la necesidad de transformación de la Iglesia que tambaleaba en medio de la vida pomposa y disoluta de sus jerarcas, hasta que frente al cadáver de uno de sus hijos, reaccionó y alcanzo a esbozar un proyecto de cambio, que con el tiempo la refundaría. Para lo que nos interesa, diremos que fue determinante en el destino de América pues, como Vicario de Cristo en la tierra, concedió a la Corona de Castilla, que financió la expedición, el derecho de conquista de los territorios descubiertos y el monopolio de sus rutas comerciales. Solo resta agregar que su despótica y nepotista figura, y la de su hijo Cesar, inspiraron la del inefable Príncipe de Maquiavelo.
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