Crónicas de la ignominia. XXIII.
JUANA I DE CASTILLA. II.
De poco les sirvió a sus católicas majestades llamar con el nombre de su santo patrono, a la segunda infanta o a sus hijos varones. El primero Juan no alcanzaría a nacer, el siguiente moriría por su precaria salud y la pasión desbordada, recién casado con la princesa Margarita de Austria, apenas saliendo de la adolescencia. Y, para completar el cuadro, heredera de las coronas de Aragón y de Castilla, casada con el díscolo Felipe, Juana, enloquecería definitivamente de ausencia y de celos encerrada en el "palacio-castillo" de Tordesillas, tras la extraña muerte del consorte. Aun hoy se especula sobre las causas reales.
En el aspecto político, con el soporte del vaticano; para mil cuatrocientos noventa y dos en manos del tristemente célebre cardenal valenciano Rodrigo Borja; con eficacia y pragmática solvencia en el ejercicio a dos manos del poder, consiguieron la consolidación definitiva de la España confesional, viejo anhelo de sus antecesores, vigente todavía. El mismísimo pontífice Alejandro VI, para entonces dueño y señor de todos los Estados Pontificios, los consagró como Sus Católicas Majestades, cuatro años después de entronizado, subsanando de paso las inconsistencias legales causadas por los desafueros que concretaron su unión matrimonial, mediante una bula especial para el efecto. Tendremos que hablar del asunto y el sujeto con más detalle, en otro par de cuartillas.
Por el momento, continuando con la eterna prisionera de la torre del castillo; estuvo encerrada más de la mitad de su vida, desde que su padre tomara la fuerte decisión en mil quinientos nueve; diremos que, a pesar de que algunos importantes personajes de la época dieron fe de de su sensatez y su brillante inteligencia, se impuso con el tiempo la conseja de su insania.
Ya dijimos como fue contestataria irredenta en su infancia y adolescencia, enfrentando sin mesura el empeño de la reina en hacerla a su imagen y semejanza, y como sucumbió a la pasión desbordada por su amado y desleal marido. Pues bien, al parecer en el transcurso tormentoso del matrimonio, hubo algunos eventos desconcertantes que la corroboraron, la llevaron a un primer encierro en el castillo de la Motta y, tras su muerte prematura; en la plenitud de la vida, siendo padres de cinco hijos; encinta otra vez y habiendo heredado media España y otros feudos estratégicos, no la pudo soportar y comenzó una absurda peregrinación con el cadáver insepulto, que la condenó en definitiva.
En adelante, la buenaventura le fue aun mas esquiva; más allá de las fugaces alegrías del nacimiento de sus primeros hijos, fueron más las desdichas, los conflictos familiares y las desventuras, demasiadas quizás para cualquiera, aun más para alguien sujeto a las grandes presiones de su posición. Nacida para adornar la vida opulenta de algún poderoso aristócrata de la época; era agraciada y virtuosa, aunque rebelde sin causa, se decía en los mentideros; los trágicos avatares que sufrió la progenie, la llevaron a la cima de la dinastía, con la responsabilidad de definir su destino en las manos, pesando sobre su cabeza, literalmente, al convertirse en princesa de Asturias y heredera de la corona, con apenas veinte años.
Se conocen los duros enfrentamientos que protagonizaron con la reina madre pero, también el fuerte afecto que las unía y su confianza que, la sostuvieron en los primeros momentos de aquel matrimonio desgraciado. Hablan todavía de una sórdida conjura masculina, para negarle la posibilidad de asumir su rol de soberana muy factible en aquel entorno patriarcal, tal vez corroborada por la iniciativa de su padre, para volver a encerrarla en Tordesillas. Pienso yo que, abrumada ya y, en definitiva desilusionada, decidió dejar la lucha constante contra la adversidad tras el último golpe contundente, alejándose del mundo en el encierro.
Con un poco de misericordia, dicen hoy los estudiosos, la vida la compensó con algunas alegrías al final de la larga prisión. Apartados al comienzo, sus hijos y sus nietos la visitaron con frecuencia en las ocasiones especiales, en una segunda etapa de su prisión, bajo la custodia de un gobernador benevolente, quien, comprendiéndola, les recomendó cariño y paciencia. Mucho se dijo, se dice y se dirá de su existencia y su carácter singular. Voy a decir aquí para finiquitar, que veo a Juana como una victima más, de un sistema que en su loco devenir, tritura y despedaza a quien se atreva a enfrentarlo, pensando en transformarlo.
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