Crónicas de la Ignominia. XVIII.

 

 LAS CAPITULACIONES DE SANTA FE.


 Su persistencia y a la sazón, la creencia absoluta en su descubrimiento; confirmado tras acompañar en Porto Santo, la muerte del Prenauta, Alonso Sánchez de Huelva, a quien encontró moribundo en una de sus playas y, en los estertores alucinados de su agonía mencionó la "isla de las siete ciudades" más allá de las Azores; le habían llevado al campamento militar de Santa Fe, en la Vega de Granada, donde los soberanos recuperaban el aliento, tras la victoria final sobre los moros. En un tercer intento-tal vez pensando capitalizar el momento propicio-, con el concurso de algunos prelados cercanos e influyentes en la corte, un par de nobles del circulo íntimo y con el pretexto de la evangelización de los infieles, convence a Isabel y Fernando, consiguiendo de paso las sustanciosas Capitulaciones que le harían Almirante de la mar océana y virrey de los territorios de ultramar, además de concederle significativas prebendas económicas. Era el diecisiete de abril del año del señor de mil cuatrocientos noventa y dos; medio año después llegaría, tras una ardua y complicada travesía, a la isla de Guanahani en el otro lado del ancho mar.

 Aquellos documentos oficiales; un viejo instrumento de la dinastía de los Trastámara para contratar los servicios de los señores feudales en sus campañas militares; estaban perdiendo lustre y vigencia con la consolidación del poder, de las coronas de Castilla y Aragón unidas en matrimonio. Así las cosas, las otorgadas al oscuro navegante de origen incierto, tenían a los veleidosos y levantiscos nobles castellanos descontentos en grado sumo.

 Colón vuelve a la península unos meses después de haber partido hacia tierras ignotas; buscando la nueva ruta que le daría a los reinos independencia comercial de las talasocracias mediterráneas y ventajas sobre su vecino Portugal, empoderado de las africanas; sin saber que las islas descubiertas eran parte de un gran continente pletórico de vida y de cultura pero, famoso y poderoso. Habían encontrado en ellas aborígenes que, deslumbrados por sus naves y su parafernalia guerrera, se mostraron amables y acogedores con los dioses pálidos y barbados que sus profecías les anunciaban. Famélicos y desesperados los europeos, tras la larga travesía, que se complicó por algunos cálculos fallidos del flamante almirante y la precariedad de las cartas de navegación en la época, daban gracias a la divina providencia por aquel encuentro  inicial afortunado. 

 Tras levantar un primer fuerte en la navidad; con los restos de la tercera nave-que no era ninguna carabela-, aquella que aportara a ultima hora el vizcaíno de La cosa, y encallara por descuido del virrey; con un buen botín producto de la benevolencia de los "indios", incluyendo a algunos de ellos partió de vuelta al comenzar el año nuevo. Una vez en el viejo continente, la difusión de su regreso cargado de promesas, despertó la codicia de los zafios capitalistas de la época, la ambición de los gobernantes y las concomitantes pasiones humanas. Las cortes, el ámbito político donde se fraguaban las conspiraciones y las conjuras para consolidar los poderes en las sombras; cuyos mas connotados protagonistas veían amenazados sus privilegios feudales, ya menguados con la consolidación del poder real; eran caldeados mentideros en conciliábulos constantes, buscando como acceder a los tesoros vislumbrados en ultramar. 

 El presunto genovés llegó a la de Castilla tras ser desplazado por el rey Juan II en Lisboa-donde había vivido buscando apoyo-, por el rico explorador flamenco Ferdinand van Olmen, quien podía financiar su propia expedición a la fabulosa Antillia. La ínsula aparecía en algunos mapas náuticos desde finales del medioevo- uno de los cuales habría visto Cristóbal, veinte años atrás-, despertando la ilusión de los navegantes y exploradores, anhelantes de nuevos mundos por descubrir y la ambición de los reinos nacientes en el viejo mundo, viendo allí la posibilidad de expansión y la fuente de recursos para consolidarse definitivamente. En aquellos momentos también en la Inglaterra emergente, otro marino soñador; este sí genovés confirmado, Giovanni Caboto que, haría fama y fortuna como John Cabot; buscaba apoyo para el mismo propósito. Creo yo hoy, que informados por su embajador allí, fue está la puntada final que decidió a los reyes españoles a apoyar al suyo.

 Para resumir y terminar diré que la rúbrica de este documento; al que la Unesco reconoce una importancia trascendental; determina un punto de inflexión para el futuro de la humanidad. Se da entonces inicio a la estructuración de un nuevo orden mundial con base en el capital: las monarquías absolutas. Unos cinco lustros después, Carlos I de España, nieto de sus católicas majestades, heredero entonces de una buena porción del planeta, sería coronado como el V del Sacro Imperio Romano Germánico, gracias a los recursos aportados por algunos banqueros teutones, muy interesados en las expediciones al nuevo mundo, tras las primeras pesquisas de su agente, don Ambrosio Alfinger, nuestro primer protagonista de la serie.

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