Crónicas de la Ignominia. XIV.
CRISTOBAL COLON. I.
Aquí estamos, frente al Almirante de la mar océana. Quizás el determinador principal, de todos los avatares que hemos venido narrando en estas crónicas, con quien debieron empezar. No obstante, al haber surgido la idea, tras la necesidad de hacer publica una narración, que no trascendió como esperaba, con el alemán Alfinger como protagonista; comencé con él y con otros relacionados a su participación en estos. De todos modos la secuencia de la cronología no es tan importante, como la incidencia en el tiempo y el espacio de estos hechos, que determinarían un punto de inflexión en el devenir de los dos mundos implicados.
A partir del descubrimiento y sus consecuencias directas, el panorama incierto del viejo mundo, tomaría un rumbo determinado por la consolidación de los grupos de poder, instalados detrás de los tronos, en los reinos que surgían por doquier. Innumerables confrontaciones de carácter político y religioso, enfrentaron a los señores feudales por décadas, tratando de mantener sus dominios, en medio de intrigas y confabulaciones de todo tipo. Papistas y antipapistas, los nobles más connotados, dueños de tierras y gentes, se negaban a abandonar sus prebendas y posesiones, ante la arremetida de la burguesía pujante. En el medio el Vaticano que, con los Estados pontificios poseía territorios enteros en los cuatro puntos cardinales y, era la fuerza dominante por su injerencia en las gentes.
Y así, hablándole al oído a cada soberano que entronizaban aquellos tejemanejes, las guerras consecuentes y las alianzas matrimoniales entre los poderosos, encontramos a algún jerarca inescrupuloso, codicioso que, medraba para si mismo y para el papa de turno. Esto que parece un galimatías, o una ficción producto de una imaginación calenturienta, no es más que una conclusión general de la investigación del entorno socio político, en el que se gestó la descabellada empresa del navegante genovés que, seria virrey y gobernador de la Indias Occidentales. Vamos a ilustrar esta afirmación para los que tengan dudas.
Conocemos por lo que nos ha dicho la historia oficial que, Isabel I de Castilla y Fernando de Aragón, los Reyes Católicos; así titulados por el papa español Alejandro VI, el célebre Rodrigo Borja; apoyaron tras superar su reticencia inicial la propuesta del oscuro marino, en contra de las predicciones cortesanas. Dicen las anécdotas alrededor, que su majestad empeño la alhajas que aun conservaba pues, las arcas del tesoro real seguían vacías, tras las conspiraciones y la guerra de sucesión que tuvo que adelantar para desplazar a su sobrina, la Beltraneja; a quien su hermanastro, Enrique el impotente, había designado para heredar el trono; y las onerosas campañas para la reconquista de la península de las manos moras. Y debe ser cierto, porque acababan de expulsar también, a los últimos judíos que la pudieron financiar.
Pero, vamos a conocer al marinero que logró su apoyo y, más adelante seguiremos ilustrando el entorno real. Es un gran mito pletórico de discrepancias y contradicciones, alimentado desde su llegada a aquellas cortes en la península, por las pasiones humanas; a la fecha, aun hay discusión acerca del lugar y el día de su nacimiento. Al respecto lo único seguro es que murió en Valladolid, el veinte de mayo de mil quinientos seis y, según dicen algunos, agobiado por los pleitos alrededor de sus capitulaciones, sin la certeza de lo que había descubierto.
También dicen que pensaba, que se podía llegar a las Indias mas lejanas, navegando derecho hacia el oste. Dicen las consejas que concluyó esto, mientras observaba en lontananza, como aparecían y crecían mientras se acercaban, las naos a algún puerto portugués, donde había recibido de un marinero moribundo, la información que corroboró, su creencia en la existencia de ínsulas después del fin del mundo, cercanas a los confines orientales. No obstante, y aunque nunca lo supo, se le considera hoy el descubridor del nuevo continente. Aún así, también se asevera que no fue el primer europeo en llegar al otro lado, tras surcar las aguas tenebrosas más allá del Finisterre. Hubo antes vikingos, moros andalusíes y otros. Podemos suponer para nuestro propósito actual que, al menos el errante navegante, inicio su devenir en el oficio marino, en alguna empresa genovesa, de las muchas que habían hecho de la Serenísima República, la más influyente talasocracia de comienzos de la época moderna.
Desde la centuria inicial del segundo milenio, habiendo participado en la primera cruzada, sus magnates navales, dueños de facto del mar Tirreno, se expandieron hasta dominar el Mediterráneo occidental. En la península Ibérica se asentaron influyentes colonias de sus naturales, desde que apoyaron militar y económicamente la reconquista del Reino de León. Esto nos permite ubicar a Cristóbal en las cortes castellanas, intentando vender la idea de una nueva ruta a sus señores de turno, para competir con la ya decadente potencia naval. Para entonces, el de Castilla, se consolidaba como el segundo estado europeo de la época, detrás de Portugal que, le llevaba cien años de ventaja, habiendo estructurado las rutas marítimas hasta las Indias orientales, alrededor del África. Aprovechando esta coyuntura, Colon le ofreció a los soberanos católicos, la oportunidad de ponerse a la par con sus vecinos.
Voy rematar por hoy, con un colofón ineludible. Al derrumbar aquella talanquera, el almirante, desató el flujo de los voraces apetitos de aquellos soberanos, que definirían un nuevo orden mundial. La consolidación de los imperios modernos, que reemplazan a los cristianos, en decadencia tras trescientos años de confrontaciones militares. Otros quinientos después, el planeta y todas sus especies, sufrimos las consecuencias del engendro que resultó de aquellos procesos sociales y políticos. El perverso y salvaje capitalismo neoliberal.
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