Crónicas de la Ignominia. XIII.
AMERICO VESPUCIO. II.
Para la época que navegamos, al final del siglo XV, el tercer planeta de nuestro sistema solar, el hermoso planeta azul, había sufrido los embates de la denominada civilización humana, unos cinco mil años mal contados. En la ya madura Europa, las naciones bregaban por consolidarse sin lograrlo; en medio de recurrentes guerras feudales y las pestes resultantes- tuvieron una confrontación por la propiedad de los lares continentales al norte de Francia, que duro más de cien años -. Cuando el Magnífico reclamó la ayuda de Luis XI, este se encontraba luchando por el dominio de comarcas en tierra firme e ínsulas en el Mediterráneo, en los que sus pueblos reclamaban su propia autonomía, sin ser escuchados. Para remate, en medio de todos el Vaticano se alzaba poderoso, medrando y promoviendo las luchas intestinas, de acuerdo a los intereses del pontífice de turno.
La guerra además de perniciosa per se, es onerosa, y es cuando juega su papel la burguesía emergente, enriquecida con el incremento de las actividades comerciales y el trafico marítimo. El soberano galo tuvo que negarle la ayuda a su banquero florentino y, a este le tocó buscarla en los reinos vecinos que también pretendían permanecer en el tiempo y el espacio. Escabrosa y mal intencionada, aquella conjura de los Pazzi, terminaría incidiendo en el futuro cercano de todos los territorios implicados.
Para los soberanos españoles fue de una conveniencia trascendental la conflictiva situación, en el corazón del poder del viejo mundo. Quizás esta los movió a decidirse y apoyar al genovés en aquella empresa incierta pero prometedora que, podría proporcionales los recursos necesarios para consolidar su poder, escasos desde la expulsión de moros y judíos de la península. Volvamos aquí a nuestro protagonista, radicado convenientemente en Sevilla, aquella ciudad estratégica, resguardada en el interior pero, estrechamente comunicada con el océano por el cauce navegable de Guadalquivir hasta San Lucar de Barrameda, haciéndola ideal para el permanente trasiego mercantil, desde que, según san Isidoro, Julio Cesar fundara su colonia Iulia Romana Híspalis, aunque parece que era más antigua, mucho más, su importancia comercial.
A la sazón, comenzaba a constituirse en el centro neurálgico del que sería el poderoso Imperio Español. Incorporada a la corona de Castilla en mil doscientos cuarentaiocho, habiendo sido capital de al-Ándalus almohade, fue repoblada por sus aristócratas, tras la reconquista por Fernando III, quien la designó capital del Reino de Sevilla. Desde entonces se instaló allí una importante colonia de mercaderes genoveses que la sitúan en una posición relevante para el comercio al interior del continente. Con un silogismo simple podríamos decir sin temor a equivocarnos que, por esta vía llegaron los intereses de los potentados florentinos, bien representados por su leal empleado, nuestro Américo Vespucio.
El nombre castellano se lo daría el católico Fernando de Aragón, cuando ya regente de Castilla- después de numerosas intrigas y reyertas - lo hace súbdito, y le llama para ser el Piloto Mayor y elaborar un Padrón Real, modelo de las nuevas cartas de navegación. Había recorrido, como ya lo vimos, buena parte de las costas de las Indias Occidentales, en su primer viaje con Alonso de Ojeda, incluyendo un inesperado pero conveniente desvió a las del norte de Brasil, sin lugar a dudas por encargó de los portugueses, con quienes se emplearía todo un lustro a su regreso. En los viajes con los lusos en dicho periodo, complementa la información, para convertirse en el cartógrafo más connotado y solicitado de la península, al publicar las obras que le darían su fama universal.
Su celebridad incluía entonces, el logro de confirmar como se sospechaba, que se trataba de todo un continente desconocido, al punto de que en mil quinientos siete, al publicar un primer mapa, el alemán Martin Walseemüller, que denominó Universalis Cosmographia, lo nombra América, desatando controversia pues algunos cronistas reputados no lo aceptan. Bien instalado en la pujante cuidad, entre su fama y las prebendas adquiridas, con su sapiencia y astucia indiscutibles, ejerciendo sus cargos, morirá y será enterrado en aquella ciudad donde se estableció y prospera como pocos. Bueno, siempre han sido pocos los que lo hacen, en este sistema capitalista que se fundamentó entonces.
Es mucho lo que se dijo entonces, y se podría decir hoy del famoso comerciante transformado en navegante. Existe mucha información, debido a su celebridad pero, plagada de incertidumbre, pues su fuente principal, sus propias cartas a sus señores florentinos, han sido editadas desde entonces para innumerables publicaciones, con agregados e inconsistencias evidentes frente a los hechos concretos, que no las hacen confiables al haber desaparecido las originales. Diremos para culminar su mención en estas crónicas que, solo hay consenso en cuanto a su participación en la expedición del Alonso, el de Cuenca, de que nombró a Venezuela al llamarla entonces Venezziola y, que murió a finales de febrero del mil quinientos doce, de malaria, siendo fue enterrado en el panteón de la familia de su esposa sevillana. Diría que es suficiente ilustración para lo que le tocó y lo que nos toca. Lo que si agregaré, es que ahora le toca al Almirante de la mar océana...
Comentarios
Publicar un comentario