Crónicas de la ignominia. X.

 

 ALONSO DE OJEDA. II.


 El anecdotario alrededor de los protagonistas de los hechos históricos, suele ser extenso y, aunque es obvio que no puede ser muy confiable, nos sirve para comprender en cierta medida su carácter y, sin discusión, hace amena y florida la narración de los hechos. Empecemos hoy con una ilustrativa anécdota de Don Alonso, el de Cuenca. Contamos ya como; gracias a la influencia de aquel jerarca católico, entonces al frente de los asuntos políticos de las Indias, monseñor Rodriguez de Fonseca; quien sería llamado el centauro de Jáquimo, comanda su primera expedición y lleva consigo a los mercaderes hacedores de cartas de marear que, para entonces gozan de cierto prestigio entre los navegantes. Se ganó aquel mote el capitán, tras una legendaria batalla en la que venció, con una pequeña tropa, las huestes bajo el mando de un viejo conocido, el belicoso cacique taino Caonabo, quien les resistió y les hizo difícil la conquista de La Española desde sus comienzos. 

 Hagamos contexto. El primer asentamiento castellano en esta, la fortaleza de Santo Tomas, fue construida y dejada bajo el mando de Alonso, al partir el almirante hacia Cibao, para confirmar lo dicho por el alguacil de la flota, acerca de las minas de oro. Aprovechando la ocasión, que creyeron favorable, Caonabo y sus guerreros atacaron el improvisado baluarte, resultando vencidos por los invasores, mucho mejor armados. Fue entonces que Ojeda apresó con el famoso ardid de las pulseras al cacique, consolidando su fama. Mas adelante cuando liberado aquel aguerrido nativo convocó a todas sus fuerzas, otra vez serían derrotados en la legendaria batalla de la Vega real, que los naturales llamaban Jáquimo, donde según Bartolomé de Las Casas, un poco más de cuatrocientos españoles resistieron la embestida y repelieron  un ejercito de unos diez mil hombres.

 Tendremos que volver atrás en el tiempo para comprender la inquina, cada vez más enconada de los aborígenes, hacia quienes ya consideraban  poco confiables y peligrosos. Nos moveremos un poco en el espacio también, pasando por Guanahani, la primera ínsula que los acogió después de la azarosa travesía del Atlántico; bautizada San Salvador en el acta correspondiente, por el que sería el primer notario en el continente, don Rodrigo de Escobedo y junto a otros más de treinta ilusos, de los primeros muertos europeos en el; hasta arribar al oste de Quisqueya, "madre de todas las tierras", en adelante La Española. Tras haber permitido encallar la Santa María, por un descuido al dejarla bajo el cuidado de un joven grumete, ordena el almirante; sobrepasando sus prerrogativas; construir con sus restos la primera fortaleza que bautizaron como Villa Navidad, por haber arribado en dicha festividad, donde deja a aquellos desgraciados bajo el mando del alguacil de la armada, Don Diego de Arana, su hombre de confianza, mientras envía una comisión con Escobedo a parlamentar con Guacanagarí el cacique de Marién, con quien pactan una alianza en contra del de Cibao. Lejos estaban todos los involucrados de imaginar siquiera, lo trágico de aquella decisión. Parte de regreso entonces el descubridor, con buen botín y la confirmación de sus anhelos y los de los soberanos católicos.

 La codicia, siempre mala consejera y la lujuria de algunos, que no de todos, los condena a la muerte, por no poder controlar estas bajas pasiones y, tras dividirse en dos el grupo, los más se alejan en busca de oro, mientras quienes se quedan, abusan de la hospitalidad de los indígenas que, habían dejado sus mujeres a su servicio sin ninguna malicia. Cuando un tiempo después regresan sus coterráneos en un segundo periplo, solo encuentran los restos chamuscados de la fortaleza y sus defensores, y la resistencia denodada de las tribus. 

 Dicen las consejas, corroboradas en parte por la Real academia de historia que, se hizo a la mar aquel primer viaje andaluz, en una pequeña carabela, con apenas pertrechos y exigua tripulación. Hubo don Juan de la Cosa de fungir como maestre ante una esperada deserción del contratado por el futuro conquistador, y tras apoderarse, escudados en la cédula real de un batel, se inicio aquella aventura. Para continuar la travesía, se dice también que, a la altura del cabo de Aguer, en la costa de Marruecos toman una carabela que por allí faenaba, y dos de sus marineros, incluido el maestre, enviando al resto a España en otra embarcación. Con las reservas de la segunda, acaban de armar la capitana y se disponen a conseguir lo que hiciera falta de igual manera, al arribar a Lanzarote, donde se apoderan de suministros pertenecientes a la señora de la isla, doña Inés de Peraza, para culminar repitiendo su actuar insensato, en Tenerife y La Gomera, donde tratan sin lograrlo de apoderarse de otra nave.

 Después de estos y otros desafueros y, veinte días de travesía, la flota de Ojeda; pues Vespucio había tomado rumbo al sur, al avistar los territorios que después llamaría Brasil; están saliendo del golfo de Paria, en el Caribe, tras haber apenas explorado los deltas de los ríos Orinoco y Esequibo. Bordeando las costas extensas,  con la ilusión de un paso hacia la India, alcanzan la boca del que nombraría de Venezuela al avistar en lontananza, particulares palafitos que le recordaron Venecia. Continua por las islas de Trinidad y Margarita hasta península de Paraguaná, pasando frente a  la de Curazao, que llamo de los Gigantes y al final de la exhaustiva expedición, la boca del lago de Maracaibo que bautiza de San Bartolomé, el día de aquel santo. Vamos a dejarlo hoy allí, mientras nos ilustramos acerca de su porvenir.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Rincón del Mar.

A la izquierda.

Lecturas primordiales.