Crónicas de la ignominia. VIII.
JUAN DE LA COSA. II.
Dejamos al fiel servidor de la corona de Castilla convertido en navegante y marino mercante; gozando de las mercedes reales-gratuitas, decían los envidiosos en los mentideros- y con empresa propia asentada en el puerto de Santa María, gracias a la indemnización por la perdida de su nao; moviendo sus buenos alcauciles de trigo hasta los puertos vizcaínos y participando en los primeros viajes andaluces, como maestro de marear o piloto mayor en algunos casos. Había llegado hasta allí, tras participar como cronista cartográfico y asesor a bordo de la nave capitana, en el segundo viaje de Colón y regresar después de casi tres años de exploración de las islas y sus costas. No obstante, se siente menospreciado y, envanecido deja la sombra del descubridor, con quien nunca tuvo una buena relación, dedicándose una vez más al cabotaje; con el intercambio de cereales del sur por salazones del norte y algo de comercio en las cercanías; mientras elabora una carta de navegación de las nuevas costas.
Al publicarla logra su propia fama, solo un poco menor que la del almirante, siendo requerido en mil cuatrocientos noventainueve por Alonso de Ojeda; afamado capitán tras la captura de Caonabo, el cacique rebelde en La Española; con licencia para explorar las costas del continente, que correspondían a los soberanos católicos, por fuera de las otorgadas a aquel en el monopolio inicial; ocasión que aprovecha, para recabar los datos que le permiten pulir y finiquitar el proyecto del mapamundi que consolidaría definitivamente su prestigio, su posición en las cortes.
Se hace imprescindible ahora, considerar este segmento del entorno político y social de la época, las personas y entidades en su cúspide. Tendríamos que empezar desde arriba, en el curubito como diríamos hoy coloquialmente, con los Reyes Católicos y, en primera instancia con la testa coronada de la Corona de Castilla, valga la redundancia, para ilustrar a cabalidad el contexto.
Isabel I de castilla, nacida el 22 de abril de mil cuatrocientos cincuenta y uno, jueves santo, en el Madrigal de las Altas Torres, se autoproclama como tal veintitrés años después, a la muerte de su hermanastro Enrique IV, llamado el impotente, por encima de su sobrina, Juana la Beltraneja, Princesa de Asturias jurada doce años atrás en la iglesia de San Pedro el Viejo, como heredera del trono. Así fue aunque parezca un galimatías. Tratemos de dilucidarlo: Juana de Portugal la segunda esposa, había concebido según las consejas cortesanas, a su hija, con Beltrán de la Cueva, primer duque de Alburquerque, el favorito del rey, por orden expresa de este. Su tía que había vivido su infancia en el Castillo de la Mota, lejos de la corte, cerca de Medina del Campo; a raíz de una confabulación de los grandes del reino, encabezados por el Cardenal de Toledo Alfonso Carrillo; fue traída y designada en las sombras, como la heredera. La conjura alcanzó su punto mas alto al lograr que la futura soberana aceptara casarse, llegado el momento, con su primo Fernando de Aragón, para lo cual conseguiría dispensa del Papa, el entonces cardenal Rodrigo Borgia.
Al consolidarse la simbiosis de la Corona con la Iglesia Católica, apostólica y Romana, tras establecer el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, en sintonía con el ya secular proyecto confesional de los Trastámara, se fortaleció en la península el poder de ambas instituciones y, el del Vaticano en todo el orbe occidental. Para llegar y medrar en las cortes, era menester entonces, el favor de algún influyente jerarca. Así es como obtiene su licencia, el capitán de Ojeda, por mediación del obispo Juan Rodríguez de Fonseca, a la sazón al frente de los asuntos de Indias, al llegar a la corte las buenas nuevas del hallazgo de tierra firme, tras el tercer viaje de Colón. Había conocido al prelado siendo el paje de Luis de la Cerda, duque de Medinaceli, en los tiempos de su obispado en Badajoz, dejándole grata impresión por su valentía y lealtad, además de una buena dosis de ambición, al punto de considerarlo útil, en sus planes para desplazar al advenedizo genovés.
Volvamos a quien ahora nos interesa, el vizcaíno de marras, requerido para la expedición que, se organiza con más improvisación que sensatez, como ya veremos, para la exploración del nuevo continente. Esta participación sería definitiva en su porvenir pues, le permitió concluir aquella carta de marear que le haría célebre y necesario entre sus pares y, finalmente después de otros tantos, realizar un viaje bajo su mando en mil quinientos cuatro.
La última década de una intensa vida, marinera y cortesana, fue quizás la más determinante para afirmar su fama y su posición en el entramado que se desarrollaba alrededor de los descubrimientos. Para comienzos del nuevo siglo la corana había tumbado el monopolio de Colón y empezaban a descollar nuevos protagonistas en las aventuras. Eso eran aquellas expediciones, algunas muy improvisadas por la ambición y el afán de adelantarse a los demás, en la rapiña de los inmensos tesoros que, calentaban la imaginación y despertaban las bajas pasiones. Juan se inmiscuye en algunas y realiza una por su cuenta, después de la ingrata experiencia con Ojeda, de la que regresan con grilletes, arrestados ambos por el Gobernador Francisco de Bobadilla, enviado a La Española a poner coto a los desafueros y atrocidades que se generalizaban, por la desidia de los Colones, más preocupados por sus propios intereses que por los del reino.
Rematemos el capitulo del de Santoña diciendo que, se hizo rico por la deferencia de la Corona de Castilla, por los servicios prestados como espía, porque era lo que hacia en Portugal, donde tuvo que ser rescatado en una última incursión y, dice la leyenda que entregó, en esa ocasión a la reina dos cartas de marear nuevas, que nunca aparecieron. También fue recompensado con una capitulación para otro viaje de exploración y conquista de los indígenas Caribes, con participación en los quintos reales. Lo honraron aun más llamándole a participar en la Junta de pilotos de Burgos, para determinar entre otros asuntos, una ruta a las Indias, cuando se percato el viejo mundo que, habían descubierto uno nuevo que nunca imaginaron. No obstante, murió sin disfrutar del éxito, por una flecha de los aborígenes, arrastrado por la insensatez de Ojeda a una emboscada, en un poblado llamado Turbaco, donde los persiguieron tras ser derrotados, dejando viuda, dos hijos y dos esclavas. Todavía quedan detalles por revelar sobre nuestro personaje de turno pero, ya irán apareciendo cuando narremos las peripecias de sus compañeros muy pronto.
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