Crónicas de la ignominia. IV.

 

 MICER AMBROSIO. IV.


 Tardo más el recién llegado en arribar que, en emplazar al taimado de Ampíes en sus propios dominios, para que se hiciese a un lado y abandonase en "paz" sus pretensiones, en la recién creada Provincia de Venezuela, Klein Venedig o Welserland; abarcando desde el Cabo de la vela, en los limites de la Gobernación de Santa Marta, hasta el Morro de Maracapana y todas las islas aledañas, incluyendo las encomendadas al factor de la corona en La Española; cuya concesión tendrán a partir de entonces, por dos décadas, los empresarios alemanes. 

 No tuvo que repetir Ambrosio las demandas, el de Aragón se replegó amedrentado a su pequeño reino ante su despliegue. Cerca de Santo Domingo poseía una plantación de caña de azúcar y en el centro de la ciudad construía varias casas; era el dueño de docenas de esclavos y dehesas de ganados bien surtidas, completaban una cuantiosa fortuna. Allí llegó desde Coro a ponerse al frente de lo suyo, asumiendo los cargos que aún ostentaba, moderando a regañadientes su codicia y sus ansias de poder. Dos lustros después, sus herederos pagaban deudas a la hacienda real por cinco mil castellanos.

 Desató entonces el menor de los Alfinger sus pasiones, envalentonado por el poder y la prerrogativas de sus amos al interior de la nueva corte imperial. Con bombos y platillos partió de La Española al frente de una poderosa flotilla, en la cual embarcó pertrechos y vituallas para una numerosa hueste de más de trescientos hombres, entre soldados, oficiales y algunos esclavos para su servicio, además de las bestias suficientes para asegurar su poderío. Finalizando febrero ancló sus naves frente a Coro, poniendo pie en tierra de inmediato asumió la gobernación y sin tardanza desató una feroz campaña; desde allí hasta inmediaciones del lago de Maracaibo que, destrozó en menos de un año lo logrado por Ampíes y su alianza con los aborígenes; detenida solo para enviar el botín de guerra. Para deshacerse del único escollo a su paso, el admirado Manaure que elevó su voz de protesta; señor de señores en esos lares, respetado por sus gentes y los colonos establecidos con su apoyo, socios suyos en la labranza y el comercio de las cosechas; artero como era, ideó una sucia estratagema.

 Envio a sus más pérfidos esbirros a robar unas canoas de propiedad del cacique, y cuando este airado reclamó, lo hizo prender por insolente e insurrecto. Con mucho oro y la intermediación de su aliado don Juan, consigue el nativo ser liberado. Vislumbrando lo que se venia, se refugia en lo profundo de la manigua en tierras de los Yaracuyes, donde entregara su vida años después, combatiendo a los invasores.

 Para entonces el voraz y codicioso conquistador alemán, sumido en la calentura de la ya célebre quimera de El dorado, había saqueado todo lo posible de aquel lado de la Serranía del Perijá en los alrededores del lago; había ido y venido entre tierra firme y las islas, asolado y arrasado cuanto poblado encontró en el camino, dejando solo cenizas tras de sí pues, al perecer amaba la furia del fuego, porque después del infame saqueo todo lo incendiaba. En medio de su andanada enfermó de las fiebres de la selva; busca refugio en La Española y al recuperarse regresa con ímpetu renovado a la búsqueda de aquel ilusorio tesoro; su obsesión hasta que la parca le pasa factura en Chitacomar.

 

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