Feliz cumpleaños.

 

 Feliz cumpleaños.


 Hoy quiero hacer, y de nuevo les ofrezco disculpas, otro sentido homenaje. Dos días atrás fue el cumpleaños de mi compañera y pienso que estoy en mora, de hacer el debido reconocimiento al esfuerzo que ha sido para ella compartir nuestra lucha, que nunca termina, de ver por la familia.

 Pertenecemos ambos a esas generaciones de mediados del siglo XX, que todo lo hemos visto a excepción de la paz. En la época de nuestros nacimientos, en las respectivas burbujas de cristal; llegamos al mundo en el seno de sendas familias acomodadas en la mitad de la clase media; ardían todavía los rescoldos de la denominada Violencia Política que asoló el país de cabo a rabo. Familias católicas, apostólicas y romanas, con todo lo que implica. Caben aquí las sabias palabras que leí en estos días, del lúcido escritor quindiano, German Uribe Hoyos, en referencia a nuestras infancias en los lares parroquiales del eje cafetero. Dice textual: "Fui victima de niño de la más obscurantista de las educaciones...Todo, absolutamente todo, era anormal, peligroso, pecaminoso, dañino, sospechoso...Y el pandemónium ahí, asfixiante, de centro vital en la casa, en la calle, en el colegio."

 Las Hermanas de la caridad Dominicas de la presentación de la Santísima Virgen,  me recibieron cuando salí por primera vez al mundo y durante dos años me inculcaron la culpa, el terror inefable a la condenación eterna por los pecados de la carne y de paso las buenas maneras, las costumbres adecuadas para tomar mi lugar en la sociedad patriarcal por antonomasia, donde nací y devino mi infancia. Tuve la suerte de que el catolicismo de mis padres apenas era nominal y, no hubo el refuerzo de la madre pía y beata o de un padre irascible, autoritario, como muchos de mis contemporáneos. Aún así quede marcado por el adoctrinamiento implacable de las beneméritas hermanitas, reforzado en adelante durante una docena de años, por los curas eudistas, obreros de la evangelización, encargados de la renovación de la fe, en el Liceo Arquidiocesano de Nuestra Señora del Rosario. 

Así la culpa y el terror al infierno permanecieron presentes hasta la edad en que los ritos iniciáticos de la fe, lavaron mi alma de pecador por primer vez y fui consciente de la posibilidad de borrar las maculas a través de los sacramentos. Podíamos caer en la tentación, pecar y con el debido arrepentimiento, confesando las faltas y cumpliendo a cabalidad la penitencia, expiar las culpas y recuperar la pureza, redimida por la misericordia divina omnipresente. No se que hubiese sido de mí, si mis padres hubieran hecho su parte con la rigidez requerida por las normas imperantes. 

 Deben pensar que me perdí, pero esta introducción, lo más somera posible era inevitable. Para resumir toca decir que finalmente la fe inamovible no arraigó en mi y,  más bien, se derrumbó con estrépito al llegar a la adolescencia. Siendo apenas un infante había perdido ya la confianza en las personas, tras un accidente lamentable. En la época del despertar mi desconfianza con las instituciones vio la luz y hasta hoy ilumina mi camino. Para completar el panorama, a la sazón, la psicodelia irrumpió desaforada en el país de Sagrado Corazón de Jesús. Por aquellos vericuetos deambule sin rumbo algunos años, buscando como todos el sentido de la existencia. Me convertí en lo que soy, un inadaptado sin remedio. Lo único que tenía sentido era la institución que resistió los embates, mi familia. Y esta me salvo, y hoy me sostiene la que pude consolidar con mi compañera. 

 Mucho habría que decir para ilustrar todo esto. Pero no es el caso. Lo único que interesa es mostrarles con quien tuvo que lidiar, la madre de mis hijos para llegar hasta donde hoy estamos. Es obvio que nunca fue fácil para mí la relación con los humanos o con la institucionalidad, para empezar, contestatario irredento, rebelde sin causa, para ella que, también nació en circunstancias semejantes, en otra cuidad confesional a ultranza, en una familia tradicional, apegada a las buenas maneras, lidiar conmigo ha sido todo un reto. Un desafío permanente durante cuarenta años y ahí ha estado, firme, con una paciencia admirable, una gran entereza que le ha permitido estudiar mientras tanto y desarrollar una carrera profesional con gran éxito, y formar unos hijos amorosos que nos rodean hoy con su solidaridad y nos han dado dos nietos. He ahí la razón de este reconocimiento sincero.

 

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