Crónicas de la ignominia. I.

 

  Crónicas de la ignominia. Prólogo.

 

 Tenemos una deuda los americanos; con los pueblos ancestrales y las comunidades raizales; al menos los conscientes de la realidad, quienes entendemos que durante la reciente historia republicana; aunque parezca mucho decir, por que en realidad no es más que burdos intentos, en cada caso, de ocultar innumerables entuertos, desafueros y atrocidades que, no han permitido consolidar nuestras naciones, convertidas mas bien en remedos, en proyectos en ciernes durante décadas; hemos sido estafados por el pérfido accionar de unas élites ancladas en un pasado colonial que, además nos han condenado a devenir como republiquetas, en medio de una recurrente y pérfida barbarie naturalizada.  Solo para mantener falaces estados de derecho, fallidos procesos civilizatorios, con el único fin de sostener establecimientos corruptos en los que medran, y con los que procuran mantener privilegios espurios legado de aciagos tiempos de opresión imperial. 

 Opresión convertida a través de fútiles eufemismos en supuestas gestas conquistadoras y campañas colonizadoras para traer el consuelo de la fe, a los pueblos salvajes naturales del continente, sumidos en la oscuridad del paganismo. Con la cruz como símbolo y la espada como mecanismo de acción, irrumpieron a saco las huestes de los tiranos de turno para consolidar los proyectos imperiales, que sucedieron la nefasta edad media en el viejo mundo. La supuesta luz del cristianismo termina instrumentalizada, como pretexto para saciar la codicia y las ansias de poder de aquellos obtusos monarcas absolutos que, con la connivencia de la jerarquía eclesiástica se reparten el nuevo mundo. 

 Recuerdo todavía con aprehensión las historias amañadas con las que surtieron nuestros cerebros infantiles, los profesores de historia que nos tocaron en suerte. No recuerdo ninguno de estos que procurara, jamás, abrir nuestras mentes a la verdad oculta detrás. Me propongo aquí subsanar esta grave falencia que nos llevó a la inconsciencia. Me comprometo con los lectores a hacerlo, de tal manera que sea un despertar que nos permita comprender, al menos en parte, la realidad nacional, el porque de nuestras taras sociales y políticas.  No pretendo un tratado profundo y analítico, sino unas crónicas veraces, en la medida de lo posible amenas o al menos digeribles, que develen esa realidad negada. No habrá orden cronológico alguno pues no se requiere para el propósito. 

 Puedo iniciar entonces con uno de los personajes que nos puede ilustrar, por su carácter específico el tenor de este empeño. Ambrosio Alfinger, se llamó el elegido, ya verán ustedes el porque. Sin ninguna intención este empeño será por entregas; cada vez que  tenga una terminada, será publicada. Aquí va la primera de el primer capitulo.


 MICER AMBROSIO. I.


 El relato de las andanzas de Ambrosio Von Alfinger o Ehinger, Dalfinger o Thalfinger podría enmarcarse, si se quiere, en el denominado realismo mágico- a pesar de que resulta de un crudo realismo - en el que pretenden encasillar la narrativa de los juglares más connotados de nuestros lares tropicales, los expertos esclarecidos de la academia que se dedican a estos menesteres. Y es que la realidad, medianera entre la ficción y la historia que se puede confirmar en los anales de la época, pletóricos de especulaciones, no permite ubicarlo en ningún otro de los variopintos movimientos literarios.

 No obstante quisiera comenzar, con una de las pocas certezas que he podido corroborar en el transcurso de la investigación de los hechos. Se trata del traslado de los restos mortuorios, "fúnebres y cenotafios", después de casi cinco centurias, por iniciativa de una celebérrima familia venezolana de origen alemán, al cementerio El Cuadrado Luxburg Carolath, de Maracaibo, estado de Zulia, con la colaboración incondicional de la Iglesia Católica colombiana; tras la primera misa celebrada en memoria de los muertos, durante el desarrollo de la conquista y la colonización americanas; en el marco de un pertinente acto de reconciliación, entre los descendientes de las victimas y los de sus victimarios.


 

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