Crónicas de la ignominia. III.

  

 MICER AMBROSIO.III.


 Martínez de Ampíes en la edad madura, al momento de la llegada de los Reformadores Jerónimos factor de La española, procurador y regidor del Cabildo de Santo Domingo, había hecho fama; a pesar de haber medrado como ya dijimos tanto como sus pares, en medio del caos reinante; de buena persona y los frailes le entregaron los "indios" incautados a cortesanos y absentistas, buscando aplacar la tormenta tras el amañado repartimiento de mil quinientos catorce. Don Rodrigo de Alburquerque- elegido por el cabildo y confirmado por el rey en persona- tras la muerte del repartidor principal, Ibáñez de Ibarra, debía revocar los anteriores y, atendiendo consejo del tesorero real Miguel de Pasamonte, adelantar uno nuevo con base en instrucciones detalladas. De nada sirvieron estas pues, queriendo volver pronto y rico a la madre patria; siendo amigo el tal Miguel del señor de Ampíes; resultó muy favorecido don Juan junto a sus oficiales reales; aquellos que manifestaron con mayor pundonor y en contante y sonante su interés "de manera pública y notoria"; caldeando aún más, el ya turbulento ambiente.

 Durante quince años, como se diría hoy, la exitosa carrera de este emprendedor fue en ascenso constante. Desde que llegó nombrado en los cargos en mil quinientos once hasta que, en el año veintiséis de ese siglo aciago, en un conveniente golpe de suerte, encontró en un lote de esclavos indígenas que adquiriera para enviarlos de regreso a sus pueblos de origen; tras el correspondiente pago por su rescate; una hija de su asociado el gran jefe Manaure, entre otros familiares. En retribución aquel, agradecido, le envió desde su enclave en Todariquiba a sus más reconocidos vasallos, para concertar su bautizo en la fe cristiana y los planes para adelantar juntos la colonización de sus dominios en tierra firme.

 Era esta la culminación de sus más íntimos anhelos; sin pensarlo dos veces, solicitó a los frailes regidores, una vez más el monopolio de los Caquetíos- nativos de las "islas de los gigantes" a punto de extinguirse menguados por la esclavización- y una capitulación para explorar en el continente; mercedes que le fueron concedidas. Así la cosas, comisionó y envió a su hijo, también bautizado Juan, con sesenta soldados, para que estableciera población y plaza fuerte en el asentamiento indígena llamado Coro, al sur de la península de Paraguaná, donde en su nombre se estriba la que sería Villa de Santa Ana, en la cual desde entonces se le tiene por fundador.

 Mientras tanto Ambrosio, nuestro protagonista, al igual que los peninsulares, aprovechaba la rapiña constante y como factor de los agiotistas germanos y sus asociados ante la Casa de Contratación desde mil quinientos veinticinco, adelantaba diversas actividades en sus nombres y otras al suyo propio, alrededor del negocio de las minas de plata que poseían en La Nueva España. Fungía como tal desde que comenzara muy joven en Sevilla, desempeñándose en las Antillas con reconocida eficacia, merced al poder del dinero. Para cuando su hermano Enrique desembarco en Aruba, tres años después- hay quienes dicen que no lo eran- con las capitulaciones a favor de los Welser, conocía como a la palma de su mano los tejemanejes locales y, a quienes los dominaban a su antojo.


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