Crónicas de la ignominia. II.


  MICER AMBROSIO. II.

 

 Reposaron sus restos, por siglos, en el municipio de Chinácota de este lado de la frontera, donde según se afirma, muriera a causa de una flecha chitarera envenenada, en su última escaramuza en un valle andino hoy nombrado con su mote de entonces, el ya afamado "cruel entre los crueles", conquistador tudesco. Afirman también algunos cronistas acerca de su nacimiento que, poco o nada se sabe, aunque otros lo ubican en la localidad de Thalfingen, pedanía de Ulm, y otros más en al ciudad Imperial Libre de Constanza.

 Antes de olvidarlo, cabe resaltar el origen de la susodicha entidad sin ánimo de lucro, que adelantara la loable gestión, fundada en mil novecientos cuarenta por el doctor Karl Ludwig Graf Von Luxburg, conde de Luxburg, príncipe de Carolath-Beuthen y príncipe de Schoenaich-Carolath, ciudadano alemán, amigo intimo del entonces Ministro de guerra de la vecina república, Isaías Medina Angarita, quien llegaría a la primera magistratura, a pesar de que cargaba con la leyenda, o quizás por esta, de su adhesión al fascismo y una patética fascinación personal por Mussolini. El último conde y príncipe de estas casas preclaras, vale la pena anotar, es hoy ciudadano ilustre de la hermana república Bolivariana.

 A Chitacomar,  territorio de los chitareros, el reconocido y voraz conquistador Micer Ambrosio, había llegado desde Thamala, al parecer en cercanías del hoy conocido municipio de Tamalameque, precedido de una aciaga celebridad por las atrocidades y desafueros acumulados en el camino, desde que saliera de Santa Ana de Coro unos tres años atrás. Allí había comenzado con sus desmanes; haciendo gala de las atribuciones otorgadas por la capitulación del emperador Carlos V a favor de su empleador, el usurero de Augsburgo Bartolomé Welser, que les concedió, podría decirse, patente de corso para tierra firme, en la recién establecida Provincia de Venezuela, como retribución a su contribución en metálico, para comprar los votos de los príncipes electores alemanes, con los que accedió al trono del Sacro Imperio Romano Germánico, desplazando a Francisco I de Francia; desplazando él mismo de la gobernación sin contemplación alguna, a un aragonés que, por sus méritos y servicios a la corona aspiraba al cargo.

 Era el susodicho aquel Don Juan de Ampués, o de Ampíes- de las dos maneras le mencionan los cronistas -, designado por la gobernación de Santo Domingo, entonces en cabeza de los cenobitas emisarios del aún influyente cardenal Cisneros, para controlar el tráfico ilegal de esclavos indígenas en las costas venezolanas. Aliado con un venerable y venerado cacique de los nativos, de nombre Manaure; con quien concertara acuerdos de cooperación para explotar las fértiles planicies costeras, años antes de establecer un primer asentamiento; para entonces había hecho un considerable patrimonio, usufructuando soterrado aquel infame negocio y, medrando en la incipiente institucionalidad que el futuro imperio establecía para la colonización del nuevo mundo.

A pesar de la constitución de la Casa de Contratación en mil quinientos tres, con el fin de regular el comercio y al producción de la colonias de acuerdo a "regalías, licencias y mercedes", su injerencia apenas se notaba y los conquistadores sobrevivientes, en medio del desgobierno de Diego Colón; sumido en pleitos judiciales para que se le reconociera virrey; ignoraban sin escrúpulo alguno sus determinaciones, cuando no les convenian a sus intereses particulares. Transcurriría medio siglo para que "La Casa del Océano" fuera una organización bien reglamentada, con "capilla y cárcel propia", erigiéndose al fin en una de las más complejas en la Sevilla de los Austrias, según palabras de los conocedores.



 

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