El final de la distopía.

   El final de la distopía.


 Las corrientes marinas más influyentes en el comportamiento del clima, finalmente se ralentizaron, al punto de casi paralizar el movimiento de los océanos, de trastornar definitivamente las fluctuaciones de temperatura. Llegaron los veranos más calientes en la historia registrados hasta entonces, causando miles de muertes, en todas las especies a lo largo y ancho del planeta.

Las aves morían volando en bandadas enteras en mitad de sus migraciones periódicas; en los nidos los pichones de otras, sin aprender a volar; los alevinos de muchas especies marinas no sobrevivían por la escasez de oxígeno en el agua y. en las selvas, en las las praderas, los mamíferos de todo tipo desfallecían sofocados, para finalmente morir de hambre y de sed, lentamente.

Incluso los soberbios, los prepotentes seres humanos, que pensaron que sus abusos no tendrían consecuencias; tras décadas de ignorar las recomendaciones de sus constantes e inanes cumbres climáticas, inicialmente, los mandatos perentorios de las asambleas de las Naciones Unidas al final, en sus intentos desesperados por frenar la hecatombe cuando ya era inevitable a todas luces; empezaron a caer, una tras otro en las calles atestadas de las grandes ciudades, desbordadas por los desplazados de los campos, devastados unos por las prolongadas sequías, arrasados otros por las imparables inundaciones. 

 Entonces imperceptible, la temperatura comenzó a bajar, un poco más cada día, hasta que se notó finalmente un descenso significativo, dando un respiro que consoló a los ilusos y, alertó de forma definitiva a los conocedores del tema, acerca de la inminencia del fin. Ya lo había profetizado con sabiduría un lúcido realizador en una película, unas décadas atrás- finalmente optimista- que, escenificó con precisión inicial la aparición de aquellas tormentas descomunales que se fueron formando independientes, como quien no quiere la cosa, pero no pudo prever la última, devastadora y fulminante en la que se unirían aquellas, para borrar de la faz de la tierra a la especie más perniciosa, jamás conocida.

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