Joseph Conrad.
Conrad.
Vino Joseph al mundo en la ciudad de Berdichiv, ahora Berdichev, en la histórica región de Podolia; fértiles y promisorias planicies, en el centro de Europa, habitadas desde el neolítico, todavía hoy en disputa en la asediada Ucrania. Hijo de terratenientes católicos, de la baja nobleza polaca, fue bautizado como Józef Teodor Konrad Korzeniowiski. Después de disfrutar de una infancia de sueños, tras el exilio y una temprana muerte de los padres- rebelde él, escritor y traductor de Shakespeare y Víctor Hugo, enfrentado a la opresión, entonces rusa- vive unos años intensos de aventuras, que comienza enrolado en la armada francesa, hasta verse envuelto en el tráfico de armas para los Carlistas españoles y, finalmente arribar al Congo Belga- huyendo del reclutamiento de los invasores- adscrito en la Marina mercante Británica.
A sus treinta tres, marinero en los caudales del corazón africano comienza una etapa intensa de develamientos que, afirmaría su vocación para el oficio de la letras. Las condiciones climáticas intensas para un europeo del norte, terminan enfermándolo y la necesidad de reposo empujándolo al escritorio, dicen sus biógrafos. Dice Juan Gabriel Vásquez en el prólogo de El corazón de las tinieblas, de una reciente edición en español, que aquella situación le regaló la introspección y una transformación moral: "Es una de las ficciones más ambiguas, inasibles y enigmáticas de nuestra tradición...rechaza las simplificaciones y delata a los maniqueos." Afirma y concuerdo en ello que, aun lo hace.
Se dice también que nunca escribió nada que no estuviese arraigado en sus vivencias, en aquellos develamientos de su vida aventurera, esencialmente marinera, que en la época en la que debe dejarla, le muestra lo falaz de la supuesta misión civilizadora de los colonizadores, movidos exclusivamente por la codicia del capitalismo, desbordado y fortalecido por las riquezas inconmensurables de los nuevos mundos. "Que final para realidades idealizadas de los sueños infantiles" concluye Juan Gabriel con lucidez y declara esta novela como el comienzo de la literatura del siglo XX.
Quiero ahora citar a un maestro del oficio, lúcido paisano que me abrió nuevas luces en estos días, para comprender mejor la brega, y así continuar con estas elucubraciones. Dice literal: "Desde la literatura la filosofía muestra una voz polifónica y misteriosa, que se escapa al desgaste de los prejuicios históricos." Lo que pretendo es mostrar esa simbiosis ineluctable, entre estas dos disciplinas fundamentales del quehacer humano. Simbiosis que, cuando se produce en su justa proporción, genera las grandes obras, pienso con osadía en estos momentos. Es lo que veo en la obra de Conrad y lo que se puede ver al leer a Kafka, de quien que hablaba recientemente. Ambos trascendentales a su manera, han influenciado a una gran mayoría de pensadores y escritores que les siguieron en el camino.
Lo mismo que manifesté de la obra de Franz, puedo decir de la de Joseph, he leído muy poco de cada uno. Sin embargo consideró que ha sido suficiente para comprender su aporte fundamental a la civilización. Como el que nos ocupa es Conrad quiero decir que su Lord Jim, me impresiono profundamente. Su prosa resultante de una alquimia lingüística muy particular; su polaco aristócrata, un francés refinado de institutriz y, al final el ingles de marinero, que pulimenta leyendo al Bardo de Avon durante sus travesías; me subyuga de inmediato. He sido aficionado en primera instancia de las novelas de aventuras, como quizás nos pasó a todos los lectores apasionados. Así me acerqué hace algún tiempo a esta obra maestra de tamaño pequeño, por decirlo de algún modo, para terminar sacudido por su profundidad innegable. No puedo manifestar con palabras la conmoción que causó en mi la lectura de El corazón de las tinieblas, y pienso que no es necesario hacerlo. Ya releí un par de veces la primera y voy a hacerlo apenas pueda con esta.
Mucho se ha dicho y se podrá decir del genio que nos ocupa. Hasta aquí llego yo el día de hoy, con la sospecha de que podría regresar a elucubrar de este grande que admiro bastante.
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