Barbaros manzanillos.

 

 Barbaros manzanillos.


 Quisiera empezar pidiendo un par de licencias hoy, para sacar adelante esta reflexión. Primero, para referirme a la política expresamente, asunto que trato de evitar en este espacio que, deseo sea de talante literario en la medida de lo posible. En segundo lugar, la libertad de volver a citar una definición que, considero la más ilustrativa respecto al espécimen que nos ocupa. La encontré en una nota de la página digital de El tiempo, si, ahí- al parecer allí también se toman algunas licencias-, del 4 de mayo de 1997, donde dicen que el término surgió en los años cuarenta, tras el éxito de una comedia de Luis Enrique Osorio, titulada El doctor Manzanillo. Reza, según el Lexicón de colombianismos de la biblioteca Luis Ángel Arango, el texto elocuente de Gonzalo Cadavid Uribe, así, literalmente: 

"En la fauna política, el manzanillo es el más despreciable de los animales, siendo todos despreciables. Hombre sin moral, sin decoro, poseído de un alto concepto de su grandeza, virulento, cobarde y falaz que pone a su servicio toda la bajeza de los hombres y toda su falta de hombría de bien para sus fines siempre oscuros. Llamase manzanillo por que sus frutos y su sombra, como los del árbol de ese nombre, son dañinos y venenosos. Forman su cohorte perdularios, buscavidas, incapaces, matones y zarrapastrosos. Su clima propicio es el aplanchamiento, la delación y el comité. Cañas huecas, cualquier viento adverso échalos por el suelo."

 Podríamos redactar tomos enteros de una antología de los más connotados especímenes, en la consolidación del gremio. No obstante, no lo creo conveniente para la salud mental. Podría ser suficiente para la ilustración del asunto, una reseña somera de unos cuantos, sobresalientes eso sí, en sus funciones. Para el efecto considero pertinente comenzar con un liberal radical que, le vendió el alma al diablo al iniciarse en las lides y, culminó su carrera al lado de los más confesionales conservadores, para destruir en conjunto los pocos logros sociales de sus primeros copartidarios. Contrito y al parecer arrepentido, Rafael Núñez se asoció con sus viejos enemigos, tal vez buscando el perdón divino y un lugar en el paraíso y, juntos echaron por tierra, veinte años de conquistas políticas de la nación en ciernes.

 De paso, regresaron al país a la oscuridad medieval imponiendo un contrato social de corte señorial más propio de las épocas de Felipe II que, del mundo moderno que se proponían dejar por fuera. Un pacto leonino para beneficio de los terratenientes y los burócratas de vieja data, ignorando los anhelos populares de justicia y equilibrio social. Y permítanme decirlo así, pues no encuentro una mejor manera, se jodieron en el país. Con un perverso eufemismo, consagrándolo al Sagrado Corazón de Jesús, buscaron esconder su talante clasista, por que eran más los excluidos que, los que podían acceder a una falaz democracia, estructurada para tomar las decisiones en los círculos exclusivos de las élites. Y ese fue el entorno que propició la aparición y su arraigo en la institucionalidad, de todo laya de engendros perniciosos, y su accionar. 

 Aunque, como ya dijimos, solo se caracterizo como tal hasta medio siglo después, el que nos ocupa hoy comenzó a descollar desde entonces. Podríamos mencionar en conjunto aquellos que, tras la tristemente célebre guerra de los mil días, fraguaron en la sombra de sus cubiles la perdida de Panamá y, expresamente a otro Rafael, el Reyes que se valió de todas sus artimañas para tratar de perpetuarse a sí mismo y a la hegemonía conservadora, fortalecida tras la regeneración. Afectos todos a la barbarie, cometieron toda clase de atrocidades con este fin; la más sobresaliente por su connotación política, el primer magnicidio en la persona de un tercer Rafael, el general radical Uribe Uribe, empeñado entonces en la lucha por la paz, tras la entrega de las armas en aquella última y horrida confrontación.

 Para concretar debemos mencionar a los que se amangualaron para neutralizar al impetuoso y, a la sazón indiscutible líder popular que, amenazaba con tumbar su tinglado falaz, y llevar al  pueblo soberano al poder, el afamado monstruo Gómez Castro y sus lacayos. Consecuentes con sus bárbaras costumbres, terminaron asesinando al negro Gaitán para sacarlo del camino. A los parientes y sus aprendices, quienes empeñaron el resto del país, sometiéndolo a tratados impostados y con base en estos, orquestaron el fraude electoral que echo por tierra el primer triunfo electoral de las bases populares, los tristemente celebres primos Lleras. 

 No pueden faltar, para honrar la verdad, los dos que, podría decirse, hicieron y deshicieron a su antojo, para mantener ese perverso establecimiento corrupto, en el que medraron a su antojo y que los llevo a la primera magistratura para mantenerse vigente. Me dan escalofríos y, me atraganto por solo tener que mencionar sus nombres, ya de ingrata recordación en la historia de la infamia nacional. El tal Turbay Ayala, recordado por el nefasto estatuto de seguridad que, exacerbo el conflicto a niveles de crueldad nunca antes vistos, apuntaló el negocio sucio del narcotráfico y abrió la senda qué permitiría, dos décadas después, la consolidación del aun mas nefasto proyecto de refundación narcoparamilitar, del Uribe Vélez y sus secuaces, con las consecuencias para la nación en ciernes que todos conocemos. 

 No se puede culminar esta elucubración que me ha dejado exhausto, sin nombrar aquellos de vieja data y sus aprendices que parecen superarlos, dedicados hoy al saboteo irracional e irresponsable del Gobierno de la vida, con él único propósito de seguir medrando sumidos en la corrupción. Constituyen estos una larga lista de sujetos, sujetas y sujetes, que cada día nos deslumbran con sus pérfidos alcances pero, voy a dejar para sus mercedes, la ingrata tarea de nombrarlos. 

 

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