Bustos Domecq y Suárez Lynch.
Bustos Domecq y Suárez Lynch.
Parece que el primero de los dos fue Honorio, hasta ahora así lo entiendo aunque no lo puedo aseverar, así como tampoco, si fueron dos o fue uno solo y aun no se si el uno era uno o era el otro. Vaya galimatías, pero les aseguro que no quiero confundirles y que ya vamos a dilucidar la cuestión, muy de Borges, como si fuera una de sus célebres ficciones, una de sus bromas o una de las permanentes ocurrencias de los dos, cuando se juntaban a conversar casi a hurtadillas, desternillándose de la risa. Sucedía y pasó por décadas, en el ámbito entrañable de una exuberante y exquisita biblioteca, en el caserón del Prado, uno de los campos que se suponia debia administrar Bioy Casares, donde, del otro lado de la puerta escuchaba las carcajadas intrigada, la inefable compañera de aquel ladino administrador agropecuario. Se llamó Silvina Ocampo y fue también otra gran figura de las letras castellanas y universales. Pero ese es otro tema, otro suculento filón que explotaremos, se los aseguro.
Volviendo a los personajes que nos competen hoy, diré ahora que lo corroboré, surgió en primera instancia el primero, cuando de las cuestiones serias y solemnes pasaron aquel par de serios escritores, considerados incluso algo conservadores por sus coterráneos, a originar novedosos divertimentos de todo tipo que por su calidad y asombrosa originalidad deslumbraban al ver la luz. Empezaron su sociedad literaria, firmando los encargos académicos y críticos con sus apellidos, mientras soportaron la presión pero, al parecer, en algún momento se sobrepuso y se mantuvo durante muchos años, la pulsión lúdica que, al final determina el rumbo de esta prolífica unión.
Una magnífica "bestia equilátera" dice uno de sus admiradores; al prologar una completa antología de esta obra imponderable, quien me metió en estas honduras; fue la que en medio de las amenas charlas de este dúo dinámico, produciría todo un bloque literario de inconmensurable valor. Por ahora y pensando en cerrar un primer esbozo que quiero y me comprometo a ampliar, podría decir a modo de anécdota que aquellos campos; inmensas y fértiles dehesas ganaderas que enriquecieron y sostuvieron por décadas a una de aquellas familias argentinas de la época, vástagos de los primeros conquistadores y luego héroes de la independencia que, en la modernidad generaron la empresa lechera responsable de la improbable unión de dos grandes de las letras; no se perdieron en la ruina, por la gracia de Dios, como dirán muy católicos sus progenitores.
Honorio Bustos Domecq, autor reconocido y a la vez desconocido; nunca nadie lo pudo ver; de varios volúmenes de relatos del género policial, exitosos por decir lo menos, fue presentado en sociedad, en una semblanza al comienzo de su ópera prima, por su supuesta maestra de primaria, la señorita Adelma Badoglio, quien lo hace nacer en una localidad de la provincia de Santa Fe, de nombre Pujato en mil ochocientos noventa y tres, describiendolo como un adelantado alumno en esa primera etapa, el cual, más tarde al trasladarse la familia a la ciudad de Rosario, publicaría en la prensa local, iniciando una carrera en las letras que llegaría a su culmen, al concretarse la publicación del primero, en mil novecientos cuarenta y dos, titulado Seis problemas para don Isidro Parodi. Se encargaría él mismo, cuatro años después de lanzar al ruedo a su colega; tras publicar en el género fantástico un nuevo libro que nombró Dos fantasías memorables; Benito Suárez Lynch, con el prólogo de su libro Un modelo para la muerte, donde confiesa haberle cedido el relato y considerar el resultado fallido.
Voy a resaltar aquí la trascendencia del año de mil novecientos cuarenta para la literatura argentina e iberoamericana. Después de ocho años de sacudir la mojigata sociedad bonaerense de entonces con una tormentosa relación sentimental, viviendo juntos sin la bendición de la iglesia, Silvina y Adolfo se casaron, presumo yo, menos para acallar para acallar las habladurías, que para complacer a las familias, sin mucha convicción, porque al parecer les importaban un comino. El recién casado parece haber alcanzado la madurez personal al tiempo que la literaria, pues aquel año, logra una trama, considerada perfecta por Borges, que prologa la primera novela que satisface personalmente a su autor, que resuena con contundencia a nivel continental. El mismísimo Octavio Paz corrobora desde las alturas del parnaso latinoamericano, la apreciación del colega del sur del continente, acerca de la solvencia de su coterráneo.
A partir de entonces empieza una permanente colaboración de estos tres, la nueva pareja de esposos y el ya célebre amigo compartido que va a enriquecer de manera exponencial el bagaje cultural del país austral y en tiempos de avances nunca vistos en materia de comunicaciones, de la región y del mundo. Producen juntos antologías de todo tipo: de literatura fantástica, poesía, ensayo y traducen juntos y por separado escritores clásicos y noveles que relumbran. También cada uno trabaja con denuedo, cuando puede en su propia obra, con resultados muy bien recibidos por la crítica y los lectores que, se multiplican por el orbe.
Este aporte y el de numerosos exponentes de las letras en todos los países vecinos, junto a otros tantos en centro y norteamérica que reivindican el oficio, emulándoles en su empeño de renovar la literatura anquilosada, anclada en el pasado republicano y colonial, sofocada por el dogma y los caducos establecimientos confesionales, provoca para mediados del siglo un impetuoso renacer que aún no termina. Y el aporte de aquel autor ficticio, que escribió con dos nombres sin ser dueño de ninguno, que surgía por la simbiosis en medio de las charlas espontaneas de Bioy Casares y Borges, cuando menos lo esperaban quizás, también fue fundamental, influyó definitivamente. Mis respetos para Benito y Honorio.
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