Un buen Padre. Fernando Botero.

 Un buen padre.


 Me tomó más de tres meses regresar por estos lares de la brega con el oficio. Llevo días pensándolo pero, tengo que confesarlo, por primera vez en largo tiempo estuve incapacitado, incapaz de ejercerlo. No por falta de convicción. Lo asumí tarde sí, pero con el compromiso requerido. Tampoco hubo ninguna causa física o algún problema de salud específico. Lo diré sin ambages, me sentía anonadado, agobiado ante la terrible situación nacional, por la tozudez de los enemigos de la Paz en negarse a construirla con sus connacionales del pueblo.

 En este país del Sagrado Corazón existen unas causas profunda para esta anómala situación, en medio de una arraigada tradición confesional que perpetúa atávicos anacronismos patriarcales anclando a la sociedad al pasado colonial. Poderosos señores feudales sostienen con mano de hierro las viejas costumbres, las premisas de antaño. La letra con sangre entra, decían sus ancestros y vaya que lo cumplen a cabalidad. Aún hoy en medio de una avanzada civilización al alcance, se aferran a estas pérfidas prácticas, para encausar a sus vástagos por el camino de una institucionalidad estructurada para sostener una sociedad pervertida hasta los tuétanos. Con evidentes resultados muy eficaces. Mafiosos de toda laya inmiscuidos en todas las instancias sociales, logran estructurar el carácter social de sus hijos para continuar su legado. Para nuestra desgracia con el único fin de mantenerse en el poder, usufructuar del erario y poder sostener su establecimiento corrupto. Parece una telenovela de narcos. Pero así muchos no quiera aceptarlo, es una parte sustancial de nuestra realidad actual, la que anonada y paraliza a los buenos ciudadanos. 

 Para nuestra fortuna estos todavía son mayoría. Fue uno de estos el que me devolvió la fe en la humanidad y la esperanza de un futuro para nuestra nación en ciernes. Un buen hijo que, al rendirle un sentido homenaje a su padre, me recordó que de estos hemos tenido muchos excelentes. Dice Juan Carlos Botero al reconocer la bonhomía de su padre: "No obstante, admiro a Fernando Botero, más que nada como padre." A mi me regreso el alma al cuerpo y pude volver a escribir, evocando el mio.

Más allá de la fama fulgurante, de la gloria alcanzada en vida con el ejercicio constante y comprometido con su oficio, Juan Carlos celebra a Fernando como un buen padre. Al más reconocido y respetado de los pintores nacionales, uno de los más célebres en el mundo en décadas. Aquí me atrevo a decir que lo entiendo y me uno sin reserva a ese homenaje, a un gran padre y un Gran Colombiano. De veras grande, no como aquellos malévolos personajes mencionados atrás, endiosados por sus esbirros obnubilados por su capacidad para el mal que, les conviene a sus intereses. No vale la pena mencionarlos, hoy en día son de todos conocidos, así que volvamos a lo fundamental. 

 Conté con la misma suerte inefable. Tuve también un buen padre. Sí, lo puedo decir, uno muy especial. Y aunque sean odiosas las comparaciones, pienso que en este caso es valedera. En este aspecto el mio fue muy semejante al de Juan. Mi papá no alcanzó la relevancia del Maestro pero, en la medida de sus capacidades hizo grandes cosas, al frente de un proyecto de vida en función de sus semejantes. Lo que quiero resaltar aquí con mis palabras hoy, es la importancia fundamental de esta condición como ejemplo, como ruta a seguir al interior de una sociedad. Los buenos padres engendran y traen a sus hijos al mundo para mostrarles cómo hacerlo mejor para todos sus semejantes. Al menos eso fue lo que yo aprendí del mió y el legado que más aprecio, como hace Juan Carlos con Fernando.

 No es fácil, lo digo con conocimiento de causa, gracias a la vida soy padre tres veces y puedo con conocimiento de causa, aseverar la dificultad que implica esta gran responsabilidad. 

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