Las fundamentales.

 Las fundamentales.

 En días pasados inicié la mención de mis lecturas primordiales. Primordiales por que fueron las primeras y, en cierta medida determinaron el rumbo que tomarían las venideras. Habiendo iniciado de niño con los mitos y las leyendas, las fábulas y los cuentos del Tesoro de la Juventud-que nunca dejare de ponderar-, estuve leyendo casi todo lo que caía en mis manos, con aires de epopeya o, para decirlo honestamente de aventura, de gesta heroica y libertaria. Ya confesé que me aficioné un tiempo a las pequeñas novelitas de vaqueros y, ahora que lo pienso, si mal no estoy fue por culpa de mi abuela Mercedes, quien las disfrutaba y mantenía algunas a la mano. No me arrepiento, La fuente Estefanía, sublimó en buena medida el género. Además debo reconocer que fortalecieron mi pasión y me aportaron la disciplina que requerí, mas tarde, para las que vendrían. Cuando encontré el tesoro, en la biblioteca del plantel donde haría mi bachillerato, ya podía leer sin descanso por horas y lo disfrutaba, incluso sobremanera.

 Pero basta de perogrulladas, vamos a lo fundamental, mis lecturas fundamentales. Y las considero así por su influencia determinante en el rumbo de mis lecturas en adelante. Fueron bastantes, no alcanzaría el tiempo que me queda para siquiera mencionarlas; así que, voy a escoger de entre estas las más importantes para mi. En la juventud, ya lo dije antes, me marcaron definitivamente los libros de Hermann Hesse y, me llevaron también a seleccionar con más rigor los demás para leer. Pasé entonces por otros clásicos europeos de todas partes, todos los tiempos y muchas corrientes literarias. Devoré casi todo lo de Dostoievski y un poco de otros rusos eminentes; a Sartre, a Camus y por ende a Simone de Beauvoir y algunas de sus semejantes. Por ahí llegué a una fuente inagotable de la que aun sigo libando; nuestros coterráneos latinoamericanos profundos, prolíficos y sobretodo comprometidos con la terrible y mágica a la vez, cotidianidad del nuevo mundo. Sería una ingente tarea tratar siquiera de mencionarlos en este espacio limitado. Sin embargo para reivindicarlos como se merecen, tratare al menos, de decir lo que pienso de uno de ellos que respeto sobremanera.

 "Nuestra riqueza ha generado siempre nuestra pobreza, para alimentar la prosperidad de otros." Esta frase que se le atribuye, podría ilustrar el compromiso de Don Eduardo Galeano con su amada América, en especial la denominada latina, de la que se constituyó en adalid de las causas perdidas, por decirlo de algún modo. 

 Paradigma, en todas las acepciones, de periodismo serio y comprometido, deviene en el cronista prolífico y exhaustivo de la realidad escueta y dura de su amada y sentida Patria grande; al sur de la frontera del tercer mundo con el primero, sin olvidar sus hijos nacidos o refugiados al norte; la recorrió al lado y del lado de sus gentes, para adquirir consciencia de primera mano de las raíces de su miseria secular, entre los vestigios y las ruinas de sus civilizaciones saqueadas.

 He leído poco de su extensa producción literaria y aun menos de la periodística; me declaro en deuda, ni siquiera la más conocida Las venas abiertas de América latina; pero sí lo suficiente para afirmar su condición de adalid de las reivindicaciones de sus pueblos vejados por sus propias élites, para satisfacer el voraz apetito por nuestros recursos naturales, de los poderosos, de las potencias mundiales. Podría ponderar con largueza, sus innumerables denuncias al respecto, pero no es el propósito. Si puedo sin embargo, en este espacio, es lo que pretendo, afirmar su compromiso de escribir todo lo necesario para dar a conocer, para sacar a la luz, todos los desafueros, las atrocidades, paradójicamente, al lado de toda la belleza natural y humana, que encontró en su andar haciendo caminos... 

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